Cuenta el ensayista francés Dany-Robert Dufour que en su última visita a Norteamérica vio que a muchos niños, sus padres, sobre todo parejas LGTB, los sometían a tratamientos inhibidores de la pubertad.

El objetivo de estos tratamientos era en la mayoría de los casos retrasar el desarrollo de la sexualidad para que el niño pueda elegir más tarde y con total libertad su sexo. Como esos cristianos que esperan a la edad adulta para recibir el bautismo.

"Quienes no hayan pasado por esa experiencia no serán entonces libres, sino que permanecerán toda su vida encerrados en su sexo biológico", explica Dufour sobre tan polémicas prácticas (1).

Según el autor de L'individu qui vient (El individuo que viene), quienes las defienden consideran al individuo como un "sujeto post-identitario", alguien "ideal desde la perspectiva del ultraliberalismo, que necesita para funcionar de sujetos precarios, flexibles, minoritarios o nómadas".

De parecida opinión es el periodista belga Alexandre Penasse, según el cual "la negación de la diferencia entre los sexos es una consecuencia más del rechazo de los límites, ya sean estos económicos o psíquicos, propio del capitalismo liberal".

Para los nuevos apóstoles de la libre elección de sexo, este es siempre una decisión individual que no tiene nada que ver con las imposiciones de la biología.

El sexo al que pertenece una persona al nacer puede corregirse gracias a los avances de la tecnociencia, lo que equivale a negar una realidad biológica.

Puede haber efectivamente un varón que se sienta encerrado en un cuerpo de mujer o viceversa, pero se trata de casos de intersexualidad raros, que confirman la regla de la diferencia entre los sexos y pretender lo contrario obedece a una ideología posmoderna.

Se trata de corregir el supuesto error original de la naturaleza y proceder artificialmente a una reasignación genital, a una nueva atribución sexual.

Con todo ello tiene mucho que ver, por cierto, la papisa de los estudios de género, la estadounidense Judith Butler, para quien "no se es mujer por el hecho de ir al ginecólogo, sino que quien va al ginecólogo es que es una mujer".

Hacer depender el sexo de una voluntad individual equivale a negar el papel constitutivo fundamental de la diferencia en la formación psíquica del individuo y en ese momento, afirma Penasse, "el fantasma de ser varón cuando se es físicamente mujer puede convertirse en franco delirio".

El individuo es incapaz así de percibir el sentido de los límites y queda en manos de la tecnociencia, que, con ayuda del mercado, le sugiere esos nuevos deseos y se muestra, además, capaz de realizarlos.

El filósofo Fabien Ollier es especialmente crítico con el "movimiento transidentitario", del que dice que está constituido principalmente por diferentes "grupos de presión" así como por grupúsculos "ciberactivos".

Unos y otros, critica, han logrado imponer auténticos debates que solo conciernen a "una minoría ínfima de pequeñoburgueses que no se sienten a gusto en su propia piel" y que aspiran a ser tenidos en cuenta por las fuerzas políticas, los medios educativos, los organismos médicos y los centros de investigación.

En su opinión, "el transgenerismo „¡perdón por palabra tan horrible!„ es solo uno de tantos síntomas de la crisis sexual global por la que pasan las sociedades capitalistas". En esa ideología "psicótica", agrega, los sexos son algo fluido, y su división, tan solo "una ficción social, relacionada con las políticas de dominación masculina".

Los transidentitarios se movilizan activamente en todas las redes políticas y de influencia mediática para conducirnos por la vía de una "sexualidad esterilizada", que ellos califican de "progresista" porque favorece la libertad de procreación sobre la base de una sexualidad liberada de sexualidad.

Todas sus reivindicaciones conducen a "la inmaculada concepción tecnológica o al advenimiento al mundo de una criatura, algo vivido como un derecho irrecusable", pero que "desexualiza la vida sexual y desrealiza el cuerpo".

Para Ollier, la ideología transidentitaria sirve para "legitimar el orden establecido" porque todos los discursos sobre la fluidez del género de la persona son congruentes con el nomadismo ultraliberal de los nuevos autónomos y el llamamiento a "explotar el capital corporal" de cada individuo.

(1) Citado, como otros expertos mencionados en esta columna, en un número especial de la revista francesa La décroissance.