Quítese eso inmediatamente!", bramó un colérico y espantado Luis Aragonés cuando el madridista Raúl acudió a una concentración de la selección española vestido con un polo amarillo. Aragonés, al que no en vano apodaban El Sabio de Hortaleza, creía firmemente que ese color convoca a la desdicha, cuando tan necesaria es la suerte en un juego de azar como el fútbol.

El recordado entrenador nunca hubiera podido adiestrar al Villarreal o a Las Palmas, pongamos por caso; pero esas son las limitaciones que impone la superstición y, en general, cualquier otra creencia.

Infelizmente, sus sabias prevenciones frente a según qué color no han sido tomadas en cuenta por quienes cometen la temeridad de usar el tono limón como distintivo. Amarillo no es solo el submarino de los Beatles, que algunos supersticiosos vinculan a la temprana muerte a tiros de John Lennon. Hay muchos otros ejemplos que, cuando menos, hacen dudar a las gentes más aprensivas.

Esa tonalidad gafe ha sido adoptada recientemente, un suponer, por los chalecos amarillos que pusieron patas arriba a Francia, con el resultado de ocho mil detenciones y varios cientos de heridos en los violentos choques con la policía. No es el único caso.

De Pirineos hacia abajo, el amarillo fue escogido también para sus lazos simbólicos por los nacionalistas catalanes que protestan contra el encarcelamiento de algunos de los líderes de su procés. Quizá sea exagerado vincular el uso de ese color con los espantables sucesos de Barcelona; pero siempre quedará la sospecha de que algo haya influido el mal fario.

Los aficionados más memoriosos recordarán, igualmente, la goleada que años atrás infligió el Celta al Barcelona un día en el que el club catalán cambió su habitual coloración azulgrana por el arriesgado amarillo. En aquella ocasión le cargaron la culpa al portero, que era algo paquete; pero nadie reparó en la posible influencia de la camiseta sobre el resultado final del encuentro. Aragonés lo hubiese tenido más claro.

No ha de ser casualidad, tampoco, que a China se la reputase de "peligro amarillo" en los ya lejanos tiempos de la Guerra Fría, cuando el color que más aprensiones suscitaba entonces era el rojo de Moscú. Curiosamente, la República Popular fundada por Mao ha dejado de inquietar a Occidente una vez que sus líderes decidieron convertirse al capitalismo y al libre mercado. Ahora que inundan el mundo con sus productos de Todo a Cien y hasta nos colocan espárragos de Navarra made in Pekín, los chinos han dejado de constituir peligro alguno, aunque se les siga viendo tan amarillos como a los personajes de Los Simpson.

Bien es verdad que el color que tanto ponía del hígado a Luis Aragonés ha dado fortuna y royalties a algunos compositores, como los del ya mentado Submarino Amarillo o, a más módica escala, los que años atrás popularizaron en España el tema: Tengo un tractor amarillo. Pero acaso se trate de las excepciones necesarias para confirmar la regla.

Los disturbios ligados „tal vez por azar„ al amarillo de los chalecos y los lazos sugieren, en todo caso, que algo de peligro debe de haber en ese color que también detestan algunas gentes del teatro. Quizá llevase razón el Sabio de Hortaleza.