El pasado fin de semana coincidieron las llamas en las calles de Santiago de Chile y en las de Barcelona. Los graves disturbios de uno y otro lado responden a motivos totalmente distintos. Pero el resultado fue el mismo: incendios, destrozos, violencia, la ciudad en manos de unos vándalos que por la fuerza secuestran la voluntad de la mayoría.

Se oyeron reacciones de todo tipo. La inmensa mayoría de ellas acusatorias, cargadas de reproches: "Ya tenéis las nueces", "esto es lo que habéis sembrado", "es fruto de cuarenta años de adoctrinamiento en las escuelas", "¿por qué no sacáis al ejército?", ¿por qué no se aplica el 155?", "¿por qué no se sientan a negociar?", "dejadles que se vayan, que cierren la frontera con Cataluña", "se veía venir"...

Según a quien se le pregunte, la culpa es de Zapatero por aquello de "apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán"; de Rajoy, por aquel 155 que ni fu ni fa; de Pujol, por haber plantado la semilla del odio; de Puigdemont, por lanzar la piedra y esconder la mano; de Rivera, "por provocar"; de Aznar y González, por todas las concesiones que hicieron para mantenerse en el poder; de Torra, por utilizar la violencia como arma política. La lista sería interminable; la alta burguesía catalana, la cerrazón de Madrid, la justicia "fascista" española, la justicia "blandita". No habría sitio para sentarlos a todos en un banquillo.

Ante tal intercambio de acusaciones incendiarias, vengativas, inútiles al fin y al cabo, resultaba sorprendente un tuit llegado desde Santiago de Chile. Lo escribía Eduardo Arriagada, decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad Católica de Chile y autor de El tsunami digital, nada que ver con el autoproclamado Tsunami Democràtic, ¿o sí? Escribía el profesor en caliente, con las llamas aún flameantes en las calles de Santiago: "Habrá que revisar todo nuevamente. Este fin de semana es un tiempo para entender mejor lo que no estamos sabiendo hacer".

Por fin, alguien no culpa al de enfrente. Ahí está la clave: "Entender mejor lo que no estamos sabiendo hacer". Nadie en España parece haber hecho el menor esfuerzo por "entender". Es evidente que hay algo que no estamos sabiendo hacer, porque si supiéramos, no ocurriría lo que está ocurriendo. Y, claro, para "entender" es necesario volver sobre los pasos y "revisar todo" otra vez. Lo que hicimos mal -porque algo habremos hecho mal ¿no?- y lo que creemos haber hecho bien.

Si me tuviera que quedar con una sola palabra de la sincera reflexión de Arriagada, elegiría "estamos". Una primera persona inclusiva. No un nosotros frente a vosotros, sino un nosotros comprensivo: nosotros todos. Del primero al último.

Ya sabemos que la violencia está mal, que saltarse la ley no es el camino. Los que se la saltan debieran pensar en cómo cambiarla y los que no se apean de ella debieran salir de su trinchera. Echar leña al fuego o limitarse a esperar a que escampe no conduce a ningún sitio. Estamos ante un problema político, pero también generacional. Como bien decía George Bernanos, "Es la fiebre de la juventud la que mantiene el mundo a la temperatura normal". No hay más que echar un vistazo a la historia.

Lo que ha ocurrido en Barcelona y se está extendiendo a Madrid, Bilbao, Zaragoza, Oviedo y otras ciudades con la excusa de la injusticia de la justicia va mucho más allá del "problema catalán". Hay una realidad insoslayable. Muchos de nuestros jóvenes se han quedado sin ilusiones, sin objetivos, sin causas. De ahí que levanten la bandera más de moda, ya sea la del independentismo, la del ecologismo de Greta Thunberg o la del animalismo. Y no basta con llamarles malcriados o pijos con iPhone, decirles que nunca se ha vivido mejor que ahora o que para hambre la del 41. Ah, no, eso no. Eso es lo que me decía mi padre hace cuarenta años. Tal vez debiéramos hacer caso a García Márquez cuando escribió aquello de que "los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no supieron subir a tiempo al tren de sus hijos".