Paseo mucho por Ferrol. Y le explico a muchas personas de otros lugares que tal urbe, desde hace décadas un tanto apabullada por una serie de acontecimientos socioeconómicos que no le han favorecido, es la segunda ciudad española en número de edificaciones modernistas, o que su barrio de La Magdalena, proyectado por Jorge Juan y Francisco Llobet, supuso en su momento una singular y bella obra. No cabe duda de que Ferrol tuvo un pasado ilustre. La vida es cambio, y a veces el brillo se atenúa. Pero nada dice que, en otros presentes de más adelante, lo que ya brilló no pueda volver a hacerlo. Y más tratándose de una ciudad pequeña-mediana, manejable y donde es más fácil reinventarse que en entornos mucho más complejos. Hace falta voluntad, pasión y que, cuando alguien coja el timón de forma creíble y eficiente, no se dedique cada remero a actuar a favor de sus propios intereses, sino del desempeño conjunto. Y eso, visto como está la política hoy, no es fácil. Pero tampoco imposible.

Hace mucho tiempo que Ferrol ya no se llama oficialmente "El Ferrol del Caudillo". Pero es inevitable que algunas miradas se deslizasen ayer hacia la ciudad departamental, en plena vorágine de la actualidad por el cambio de ubicación de los restos mortales de Francisco Franco, nacido en la ferrolana calle María. Pero quien quizá buscaba morbo y excitación en el que un día fue entorno natal del dictador, se equivocaba. Y es que aquí, en Galicia, las cosas transcurren de otra manera, lejos de las filias y fobias extremas y los ánimos caldeados de Madrid y otras grandes ciudades, allá donde todo se cuece y hasta se saca de quicio.

La necesaria reparación de la anómala situación de los restos mortales de Francisco Franco no debe ser objeto de discordia en nuestro país, ni una nueva excusa para que aquellos que aspiran a liderar nuestro proyecto común se enzarcen en una nueva sarta de descalificaciones, que solo lastiman a la convivencia y, a la postre, a la democracia. Lo acontecido anteayer, 24 de octubre, viene avalado por la decisión sin un solo voto en contra del poder legislativo, la actuación consecuente del poder ejecutivo y, sobre todo, por el claro respaldo a tales acciones desde el poder judicial. Con todo, no cabe mucho más que el siempre legítimo "me gusta" o "no me gusta", en el íntimo terreno de la opción y opinión personal. No hay más.

Franco tenía que salir, antes o después, del Valle de los Caídos. Tal abadía supone una singularidad enorme, a nivel mundial, en el tratamiento de los dictadores fallecidos. Porque sí, Franco fue un dictador y no solamente eso. Fue un dictador que, con una parte de lo que ordenó, fomentó e impuso, generó mucho dolor, sufrimiento, desarraigo, homogeneidad y desgracia entre muchos de sus compatriotas. Y esto no es algo opinable. Basta un vistazo a la Historia para entenderlo. Y tampoco quiere esto decir que no haya habido más de lo mismo en otros bandos, en otros momentos o en otras decisiones. Pero de lo que se habla aquí es de la figura de Franco, independientemente de que otros quizá merezcan también una mirada crítica a sus actos.

Cualquier ser humano merece ser tratado con respeto. Los restos mortales de Franco, también. Por eso es idóneo el actual emplazamiento de los mismos, al lado de su esposa y en intimidad suficiente para aquellos que, legítimamente, le aprecien y quieran pasar a visitarle. Esa hubiese sido la normal trayectoria de su persona si no hubiese sucedido un golpe de Estado, en julio de 1936, que alteró el desarrollo de casi todo en este lugar del sur de Europa. Ahora, tarde pero por fin, la Historia le pone un poquito más en su lugar: un cementerio mucho más común.

No es venganza. No es revancha. Es, simplemente, lo que toca. Lo dicen los jueces, el Parlamento y el Gobierno lo ejecuta. Sin más. Ayer se habló mucho de ello, y la bola dará para un par de días o una semana. Tras eso, no habrá mucho más. Y es que, aunque la BBC lo haya retransmitido en directo y la práctica totalidad de los medios más importantes a nivel global lo recogiesen de forma resaltada, no hay más asunto ya en este fleco que tendría que haber sido reconducido hace mucho tiempo. Porque lo otro, el enterramiento singular en una Abadía a modo de Mausoleo, sincerémonos, no era ni bueno ni oportuno. Y sí extemporáneo, injusto y hasta incómodo.