Desenterrar a Franco a dos semanas de unas elecciones innombrables ha de medirse por fuerza en votos. El traslado resucita a Sánchez, que no puede rechazar ninguna ayuda, y catapulta a Vox porque los franquistas vergonzantes que no se han atrevido a defender el Valle de los Caídos dispondrán de una válvula de escape en las urnas. De nuevo, la democracia sofoca los arrebatos dictatoriales, al encauzarlos hacia escaños antidemocráticos. Los perdedores del desahucio con honores del antepenúltimo jefe de Estado son PP, Ciudadanos y Podemos.

El espaldarazo a Sánchez no se debe estrictamente a la exhumación, porque cualquiera puede bromear con un tirano difunto. El líder socialista vive una de las escasas jornadas de felicidad de su mandato por haber ejecutado una promesa, con el aval suplementario de la primera condena a Franco emanada del Tribunal Supremo. El mensaje del PP, ¿Pasado o presente? Futuro, no solo desentierra lemas ya fatigados de Rajoy, sino que supone un nuevo record del sobreentendido. Cuando Rivera se encomienda al desempleo o las pensiones como problemas candentes, cabe imaginar que esta noche no cenará al pensar en los afectados por el infortunio económico. Pablo Iglesias reprocha el electoralismo, como si hubiera un solo gesto político que no estuviera tiznado por ese vicio. A regañadientes, están festejando al alimón el éxito de Sánchez.

La única pregunta razonable es si alguno de los líderes políticos disidentes piensa devolver al dictador a Cuelgamuros, y la respuesta es evidente. Ergo, Sánchez, y a fijarse en Vox porque el peligro del franquismo no reside en sus desmedrados herederos. El biznieto Luis Alfonso de Borbón, que hubiera sido rey de España de cumplirse los volubles designios de Franco, es una garantía de esterilidad política. Y hay que dar el pésame sentido a quienes preferirían que se desenterrara la lista de amnistiados fiscales de Rajoy, otra promesa de Sánchez que tendrá que esperar medio siglo a materializarse.