Creo que se puede afirmar que, tras la muerte de Franco, la generosidad de los políticos de las ideologías entonces dominantes cosió con puntos de sutura que parecían resistentes las profundas heridas que había dejado entre los españoles la Guerra Civil. Este exitoso trabajo fue conocido vulgarmente con el nombre de la "transición", para hacer referencia al paso del régimen autocrático al régimen democrático. Bien miradas las cosas, lo que realmente hubo fue una transacción: cada bando cedió en una parte de sus pretensiones para lograr un acuerdo que acabase con las diferencias existentes entre ambos.

Jurídicamente, el resultado de ese pacto transaccional se materializó en la Constitución de 1978 que nació para ser de todos y para todos, en la que la soberanía se devolvió al pueblo español en su conjunto, y la convivencia de la ciudadanía se organizó en torno a un Estado social y democrático de Derecho bajo el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular.

Aunque gracias a su intelecto el ser humano puede moverse por el pasado, el presente y el futuro, la transición no pudo borrar el hecho real de que en la Guerra hubo vencedores y vencidos, ni tampoco el de que los vencedores fueron los de un bando y los vencidos del otro. Con esto quiero decir, que el cambio de régimen que se inició a partir de la Constitución se hacía el futuro, no hacia el pasado que permanecía inalterado.

Pues bien, desde hace algún tiempo, hay fuerzas políticas, del bando de los perdedores, que quieren reabrir el pasado para borrar fingidamente de nuestra historia el indicado resultado de la Guerra Civil. Por eso, no son pocos los que ven en la Ley de la Memoria Histórica un deseo revanchista de cambiar a posteriori un pasado que no se puede modificar.

Lo cierto es que la herida que parecía suturada por mor del mencionado pacto transaccional parece haberse reabierto y como en todos los descosidos paulatinamente: se empieza por un punto y poco a poco se van soltando más. El hecho mismo de que el deshilvanado fuera progresivo hizo que, al principio, no fueran muchas las voces que se alzaron para alertar sobre el revisionismo de la transición que está iniciando la nueva clase política.

Pero como suele suceder en todos los fenómenos de este tipo a la acción de la parte que incumple la transacción suele seguir, y no muy tarde, la reacción de la otra parte del pacto. Y claro, en casos como el descrito, el panorama político que se dibuja tras los intentos de ruptura de la transacción es el siguiente. En un extremo, está la clase política revisionista que trata, no tanto de paliar las consecuencias negativas de la Guerra imputables a ambas parte, cuanto de ganar ochenta años después una guerra que perdió. Y en el otro extremo, la parte de la clase política del otro bando que responde más emocionalmente a esos intentos de cambiar a posteriori la historia.

Es verdad que la diferencia entre ambas posturas es clara: una es la que acciona y la otra es la que reacciona. Lo cual significa que la segunda es consecuencia de la primera y que, por tanto, sin ella no existiría. Pero la cuestión no es si aceptamos la nueva estrategia política de confrontación que pretende la nueva clase política de la izquierda como baza, sobre todo, electoral, sino si sigue teniendo todavía hoy algún sentido el pacto transaccional de la transición.

Personalmente, no tengo ninguna duda de que, más allá de sus réditos electorales inmediatos, es preferible sin el más mínimo género de duda una atmósfera de concordia que arrumbe lo más lejos posible de la lucha partidista las tensiones que generan las partes que pretenden hacer saltar por los aires la trabajosa transacción política que se plasmó en la Constitución. Por eso, me atrevo a hacer un llamamiento a todos los que piensan más en el futuro de España, que lo tiene y es esplendoroso, que a los de mirada corta que solo saben mira hacia atrás y que nos proponen enredar algo que ya está desenredado para no tener que enfrentarse con el futuro, actividad en la que sería manifiestas sus carencias.