Los médicos destinados en los centros penitenciarios decidieron darse a la fuga a la primera oportunidad que se presente. No es un hecho puntual. Infelizmente, es un fenómeno generalizado que afecta a muchas prisiones de nuestra geografía. Los motivos son de diversa índole: la sobrecarga de trabajo a la que están sometidos, mejor remuneración en otros sectores, un horario no sujeto a turnos de noche y, sobre todo, un ambiente de trabajo más tranquilo.

Se suele presumir, en España, de nuestra sanidad pública. Es la joya de la corona en nuestro estado de bienestar. En cierta medida, los internos están viendo restringido ese derecho. Es cada vez más frecuente que en centros con una población superior a los mil reclusos encontremos un único facultativo de servicio. Además, se debe reseñar que la comunidad penitenciaria presenta un porcentaje extremadamente elevado de individuos conflictivos, drogodependientes o con patologías psiquiátricas lo que hace que sea vital que los servicios sanitarios se ajusten a la demanda real de los residentes intramuros.

Una deficiente atención sanitaria por falta de personal, además de las consecuencias negativas que le puede acarrear a los internos que necesiten atención médica, puede generar alteraciones regimentales gravísimas, altercados y situaciones que pongan en riesgo al resto de reclusos y a los trabajadores del centro. Indudablemente, estas circunstancias incrementan la dificultad de la labor de los funcionarios de vigilancia, ya dura de por sí, pues son los que tienen que lidiar con esos aspectos más problemáticos de la vida penitenciaria.

La finalidad de las penas privativas de libertad es, en definitiva, la reinserción y rehabilitación de aquellos condenados a las mismas. Para tal fin, se estructuró una compleja maquinaria compuesta por recursos materiales y humanos. Todo el personal que trabaja en prisión debe funcionar de una manera coordinada y precisa. Fundamental es la labor de los funcionarios de vigilancia, educadores, psicólogos, servicios médicos y un largo etc. Es impensable conseguir una armonía en la vida penitenciaria si alguno de esos elementos falta o actúa independiente de los demás. Por lo tanto, es necesario que nuestros dirigentes dejen de actuar con temeraria imprudencia y no permitan que esta fuga de médicos se establezca como norma general.

Sin embargo, la Administración con su nefasta actuación en el ámbito penitenciario, en estos últimos años, únicamente ha demostrado desidia y absoluto desinterés por internos y trabajadores.

Ante esta tesitura, no es de extrañar que todos aquellos que puedan, abandonen esta nave. Se sabe desde hace tiempo que, salvo un inesperado golpe de timón por parte de nuestros dirigentes, está abocada al hundimiento. Recurriendo a un símil cinematográfico, podríamos decir que Instituciones Penitenciarias es el malogrado Titanic que va inexorablemente al encuentro con el iceberg, representado por la desacertada gestión de nuestros responsables. No me olvido de los funcionarios de vigilancia ni de nuestros vigilados. A ambos nos toca la peor parte, ser la banda de música que no cesa de tocar hasta el trágico final.