Se retira ahora de la primera fila Mario Draghi, un personaje que se ha ocupado del dinero de los europeos en los últimos años. Seguramente, no conoce a nuestro Quevedo quien oportunamente distinguió entre moneda "que quiere decir munición o fortaleza", pecunia que es "granjería gananciosa" y dinero "tomando su apellido de número deceno que es el más perfecto". Pues bien, el italiano, de juventud apagada por cuanto la consume entre gráficos, estadísticas y ratios, luce la medalla de la aflicción y de la pesadumbre: la ojera.

Pero lo hace con gran desenvoltura, porque son sus ojeras como una fosa ancha, despejada, misteriosa. Fosa que tiene vocación de un útero donde se gestaran las más diversas especies de congojas: la amargura propiamente dicha, el ansia melancólica, el quebranto de los malos augurios, la carga que arrastra las precauciones, y así seguido.

Porque las ojeras de Draghi son sus gafas y por ellas ve con nitidez el descalabro de una bolsa, la cotización del euro, la estabilidad del empleo, la seguridad de los precios y el fluir de las divisas. Unas gafas, mucho menos unas lentillas, no le permitirían apreciar tantos ingredientes de la realidad al mismo tiempo y con tanta agudeza.

Por eso lo que, en un empleado de una oficina, una ama de casa o un jubilado, puede ser un signo vulgar de cansancio, del tedium vitae, o, cuando es más refinado y leído, el asomo desganado del esplín baudeleriano, en Draghi es elemento indispensable, arquitectura de su personalidad, como si dijéramos el remate de su eminencia económica y monetaria, de su envergadura como señor de los números y de la estadística. Es decir, que si viéramos a Draghi sin las ojeras sería como si le viéramos in puribus, con las vergüenzas descocadas y en desafío. Un escándalo de dimensión europea.

Por eso, este hombre ha rechazado de forma vehemente todas las ofertas que ha recibido para eliminarlas a pesar de que procedían de las más acreditadas firmas mundiales, esas grandes clínicas especialistas en rebajar mantecas, alzaprimar pechos o disimular cinturas atacadas, de la misma manera que antaño, las celestinas, por unas miserables monedas, recomponían virgos y los dejaban listos para las más exigentes inspecciones.

En definitiva, las ojeras de Draghi, lejos de ser expresión de lo marchito y sin brillo, son fruto sazonado, regalo demoníaco y, al mismo tiempo, y ahí lo admirable de las mismas, representación de la fragilidad humana y de la timidez con que se desempeñan las ilusiones en esta vida.

Porque adviértase que Draghi ha dispuesto de aquella facultad de que disponía el dios Midas quien, según la mitología griega, trocaba en oro lo que tocaba. Draghi es, en efecto, el único que ha podido crear moneda en Europa, que ha estado facultado para mandar imprimir billetes de cien euros en función de sus saberes o sus presentimientos. Pero como Draghi conoce el final de Midas, que no fue muy venturoso, es por lo que ha ejercido sus fabulosos poderes con celo y sin caer en alocadas demasías.

Desde el rincón humilde de estas Soserías, propongo que, en esta hora de la despedida, se cree la Ojera de Draghi como condecoración de la Unión Europea para distinguir a sus personajes ilustres en sus modalidades de medalla de oro o cruz sencilla. En campo de lágrimas.