Un famoso culebrón latinoamericano sugería en su título que los ricos también lloran; pero eso es un mero consuelo de pobres. Ahora sabemos que, además de compartir el llanto con los demás mortales, la gente adinerada es muy capaz de montar una revuelta contra los pobres que la oprimen. No hay más que ver el caso de los secesionistas de Cataluña.

Las razones por las que los partidarios de la secesión piden la independencia son de varios tipos, aunque bien podrían resumirse en la idea de que el viejo Condado catalán paga al resto de España (o a España, a secas) mucho más de lo que recibe.

Separarse de los gorrones para constituir un Estado propio permitiría, por tanto, a los catalanes disfrutar en plenitud de sus riquezas, según los que lideran esta insurrección. Tendrían así un mejor sistema sanitario, más robustas pensiones, sueldos acordes a su condición de país próspero y hasta helado gratis de postre. O eso dicen al menos los burgueses de liceo y masía que impulsan el movimiento nacional en curso, con el sorprendente apoyo de la izquierda más radical.

Probablemente, no estén mintiendo quienes aseguran que los contribuyentes de Cataluña aportan al resto del país una cuota mayor que la de casi todos los demás reinos autónomos. La rica y, en tantos sentidos, admirable comunidad catalana, representa el 20% de todo el Producto Interior Bruto de España gracias al cuantioso número y calidad de las empresas instaladas en su territorio.

Otra cosa es que el sistema de redistribución de los impuestos sea el mismo que se aplica a los contribuyentes individuales en el IRPF. Ya residan en Barcelona, en Madrid o en Murcia, los que más ganan „y en teoría, los que más producen„ son también los que mayor porcentaje de ingresos tributan a la Hacienda común. Se trata de un concepto socialdemócrata que los ricos, lógicamente, impugnan; aunque no lo hubiesen hecho hasta ahora con carácter colectivo y, además, patriótico.

La idea de dar más al que menos tiene ya la habían asumido, en realidad, algunos conservadores como la canciller alemana Ángela Merkel y quienes la precedieron en el cargo. Los dirigentes de la próspera Baviera, un suponer, no han expresado queja alguna por el impuesto especial con el que la antigua República Federal de Alemania ha sufragado durante décadas los costes de integración de la arruinada Alemania del Este. Y tampoco pusieron demasiadas pegas „alguna, sí„ a cargar con la mayor parte de los subsidios que la UE dedicó y aún dedica a los países económicamente menos favorecidos del continente como, por ejemplo, España.

Nadie regala nada, como es lógico. A cambio de financiar autopistas, megacentros culturales, puertos y toda suerte de equipamientos en otros países, los alemanes tal vez imaginasen que se ganarían un más ancho mercado para sus productos. No es el caso de los líderes secesionistas catalanes, que parecen funcionar bajo el principio de que lo mío es mío; y tu mercado de compradores, también.

Poco amigos de esas larguezas que practican sus colegas bávaros, los partidarios de separar a Cataluña siguen abogando por la utopía de la independencia en una UE que se basa en la cesión de soberanía de sus Estados miembros. Están en su derecho de reclamarla, como es natural. Otra cosa es que un suceso tan traumático „aunque fuese posible„ vaya a resultar de provecho ni aun para los catalanes.