Internet cumple tres décadas desde su nacimiento y algo hay que decir al respecto, pero lo malo es que Pepe Borrás, director del Internet Freedom Festival de Valencia, en un artículo publicado en la sección de tecnología del diario El Mundo, ya ha dicho en la práctica todo lo que cabe apuntar. Resulta difícil, pues, no caer en el plagio, condición que, a lo que parece, es propia de casi cualquier autoridad en plaza en estos tiempos de infamia. Como, por añadidura, es la red de redes la herramienta mejor para plagiar cualquier cosa, tesis doctorales, cuentos, informes, novelas o ensayos, resulta que hemos cerrado el ciclo de la ignominia. Porque tanto el trabajo de Borrás como el sentimiento generalizado pone el dedo en la llaga de los problemas, los inmensos problemas, en que nos ha metido la nueva dependencia que define la esclavitud hoy.

Se calcula, lo dice Borrás pero imagino que sale hasta en la Wikipedia, fuente infame del conocimiento que no merece la pena comprobar, que la mitad de la población mundial está conectada a Internet y, aunque eso lo digo yo, será que la otra mitad no tiene a mano ni computadora, ni teléfono móvil, ni servidores y ni siquiera electricidad. Dicho de otro modo, si usted ha nacido en una familia común europea y no anda enganchado a Internet puede sacarse el carnet de héroe. Pero no al estilo de David frente a Goliat sino como un numantino anónimo asediado por el general Escipión y a punto de dar el salto a la nada. Porque los inconvenientes que señala Borrás en su repaso a las condiciones como residente a la fuerza en el mundo virtual, esto es, desde la pérdida de privacidad a la manipulación tanto comercial como política, apuntan en realidad a una posible solución, la del control humano sobre la tecnología, que a mí se me antoja utópico. En mi opinión, lo peor del sometimiento a la red de redes aparece en clave humana.

Lo diré en forma de preguntas dirigidas a quienes hace tres décadas contaban ya con la edad, la madurez y la suerte necesarias para haberse hecho un hueco en el mercado laboral y en el mundo social. ¿Cree usted que trabaja más o menos que en 1989? ¿Es capaz hoy de dar carpetazo a una hora prudente, entre las seis y las ocho de la tarde, pongamos, a su jornada laboral y desconectar hasta la mañana que sigue? ¿Evita que le acosen con demandas, consultas y compromisos de trabajo al llegar a casa? ¿Ve más o menos que hace treinta años a sus amigos? ¿Se reúne con ellos como antes a tomar unas cervezas, a cenar, camino del cine o del teatro o, ya ni digamos, en una tertulia? ¿Lee tantos libros como antes?

Si se cuenta con una tendencia a la depresión, aunque sea mínima, es mejor no contestar. Puede creerse usted eso de que va a haber un Contrato por la Red para convertir Internet en un verdadero bien público controlado. Qué dios le ampare.