Hubo un tiempo en que en las escuelas, y aun en las universidades, se enseñaba la historia como una sucesión de reyes y, todo lo más, de batallas en las que se distinguieron. A mí no me tocó ya, por suerte, tener que memorizar la lista de los reyes godos pero creo que la mía fue la primera generación que se salvó de ello. Con el tiempo, no obstante, se entendió que lo importante en el devenir histórico es la sociedad en su conjunto. La proliferación del enfoque marxista impuso los conceptos de clases sociales y modos de producción, cosa que suponía un avance considerable respecto de la mera descripción monástica. Pero el problema de plantear los cambios históricos de esa forma era el de despreciar el enfoque individual, quizá porque antes, al hablar de los reyes, nos centrábamos en unas personas determinadas que, por cierto, eran las protagonistas a menudo de cuadros tan espléndidos como, en ocasiones, crueles.

Si descender a la descripción del papel histórico de los individuos que no perteneciesen a una familia real era tenido no solo por innecesario sino por imposible, ¿qué decir de la prehistoria? La falta de documentos tanto gráficos como escritos parece una barrera insalvable. Pero las técnicas de recuperación de material genético antiguo han permitido dar un paso gigantesco hacia la comprensión de las organizaciones sociales de épocas como la Edad de Bronce, abriendo camino a la aparición de la Arqueogenética. Y los especialistas en esa nueva disciplina han permitido confirmar lo que el estudio de las tumbas había puesto ya de manifiesto: la existencia de unas desigualdades sociales inmensas, con una masa de campesinos que sostenían a la élite gobernante formada por lo que podríamos llamar el príncipe, monarca, faraón o como se quiera y sus parientes más cercanos.

Un trabajo publicado por Alissa Mittnik, investigadora del departamento de Arqueogenética en el Instituto Max Planck de Jena (Alemania), y sus colaboradores, publicado en la revista Science, ha logrado enfocar de cerca la estructura social del valle del río Lech durante los tiempos que van desde el Neolítico Superior a la Edad de Bronce Media. Obteniendo y analizando datos genéticos de 104 individuos sepultados, los autores han identificado hogares complejos consistentes en una familia de gran estatus que transmitía sus riquezas a los descendientes, mujeres procedentes de otros grupos lejanos „de hasta 350 km de distancia„, ricas y de alto estatus que alcanzaban el rango de esposas de alcurnia y una multitud de individuos locales de bajo estatus. Semejante distribución de desigualdades sociales es similar, según los autores, a la esfera doméstica de las familias de la Grecia clásica y de Roma. Y confirma la antigüedad de un mundo en el que las mujeres de las familias más favorecidas viajaban muy lejos para casarse mientras que los hijos permanecían en casa.