Por paradoja, en estas fechas, Todos los Santos y Día de los Difuntos, visitas a los cementerios, con tantos ecos familiares, se actualiza en España una vieja campaña sobre la eutanasia, evolución inexorable de una sociedad envejecida, compatible con tanta expresión lúdica en los más jóvenes. Se decía siempre que el ser humano vive solo y acompañado los dos momentos cruciales e irrepetibles de su existencia: el nacimiento y la muerte. Así sigue siendo en el arranque de la vida, pero, con el crecimiento de la ancianidad dentro de una sociedad compleja y competitiva, aumenta también la muerte en solitario.

Llegan de Japón noticias duras. Curiosamente, parece el país con más esperanza de vida en el mundo, aunque España le pisa los talones y puede haberle superado. Pero también allá el invierno demográfico aumenta la soledad en el momento de morir.

Lo relataba el corresponsal de Le Monde en Tokio a propósito del fenómeno de los kodokushi, personas cuyo cuerpo sin vida se encuentra meses más tarde de su fallecimiento (excepcionalmente, años). Refleja un debilitamiento de los lazos humanos y una mayor precariedad económica. Suelen sufrirlo ancianos modestos que viven solos, sin contacto con la familia. Su muerte pasa inadvertida hasta que alerta a los vecinos un olor desagradable, el buzón de correo saturado, luces encendidas permanentemente, puertas cerradas. Aunque no hay estadísticas oficiales, se estima que se dan más de 30.000 casos al año. Las víctimas son, sobre todo, varones mayores de cincuenta años. Las mujeres, aunque vivan solas, suelen tener más comunicación con el mundo exterior. Hay también casos de adultos entre 20 y 40 años -238 en 2015 en Tokio, según la oficina de bienestar social de la capital-, generalmente trabajadores precarios.