Tengan ustedes buena jornada, en este 2 de noviembre tradicionalmente dedicado a honrar y recordar a los que ya no están entre nosotros. Como ustedes sí que están, vaya por delante mi aprecio e interés por construir juntos espacios de concordia y entendimiento. Al fin y al cabo, ¿en qué se convierte una sociedad cuando falla la convivencia? Lamentables ejemplos nos ha dado la Historia, en diferentes grados. Y, siempre, el resultado es un desastre. Mayor o menor, sí, pero siempre malo. Deberíamos aprender de ello.

Y con esto enlazo directamente con la idea que quiero compartir hoy con ustedes, en días de campaña electoral e inminentes nuevas elecciones, en una inédita cuarta cita con las urnas en el período de cuatro años. En tal contexto, sí, quiero hablarles de la urgente necesidad de acuerdos desde postulados diferentes. De ponerse en el lugar del otro. De acercamientos. De intersección, más que de unión. Del máximo común divisor, y no del mínimo común múltiplo...

Porque si no se hace así, y con el contexto que tenemos de partida, las cosas podrían complicarse aún más, por varias razones. La primera es que de lo visto e intuido ya en estos primeros días de la campaña electoral oficial, pero también de los movimientos de los partidos desde hace ya muchos meses, parece que los grandes equilibrios de bloques podrían estar pivotando sobre los mismos ejes. Dicho de otra forma, que los "cordones sanitarios", el "contigo no" y las "líneas rojas" siguen más o menos donde estaban. Pero la segunda, la más importante, es que los ciudadanos no se equivocan a la hora de elegir quién le representa mejor según sus legítimas ideas y que, en consecuencia, es muy probable que se repita un resultado bastante parecido. Porque, no se engañen, sí que se auguran en las encuestas desplomes o repuntes importantes, pero esto parece que no llega a trascender de forma muy significativa a los equilibrios entre bloques. Por eso es fácil colegir que, quizá, la aritmética a partir del día después de las elecciones siga sin resolver nada.

Y aquí llega el necesario cambio de paradigma, al que algunos aludimos con pasión y argumentos ya en la convocatoria pasada, pero que en las organizaciones políticas no se tiene, al menos públicamente, en cuenta. Y es que, miren, visto que los liderazgos son los mismos, los actores en liza casi también -salvo Errejón y su nuevo grupo-, al menos habrá que cambiar la forma de intentar gobernar con resultados que, presumiblemente, no solamente no darán mayorías absolutas, sino que tampoco facilitarán la formación de un Gobierno más o menos estable y con visos de aguantar una legislatura de cuatro años. Si tal posible escenario se produce, solo con tal cambio podríamos ir hacia adelante.

En ciencia se acepta que la construcción de las diferentes disciplinas no se produce de forma acumulativa. En realidad lo parece, porque los diferentes cambios de paradigma implican el distanciamiento de lo anteriormente aceptado, y porque cuando tal paradigma previo acumula una serie de anomalías muy chirriantes, esto da pie al surgimiento de nuevas teorías, que hacen entrar en crisis a lo anterior, hasta que un nuevo consenso produce una nueva forma de entender las cosas, que vuelve a constituir la ciencia normal, propia del período entre dos crisis de ideas. Esta idea de la necesidad de las crisis de modelo para el avance puede ser traducida a la política. Y el rodillo de las mayorías absolutas, o no tan absolutas pero salvables con acuerdos de Gobierno, ejecutivos de un par o tres colores, está a la baja. Es más, no es operativo hoy en un país donde los debates a siete y la gran segmentación empieza a ser la tónica general. Y, ¿saben?, esto no es malo. Simplemente hay que cambiar el paradigma.

Así las cosas, habrá que gobernar de otra forma. No voy a ser yo el listo de decir cómo, ya que ni es mi tarea ni estoy ni estaré en esos ruedos. Pero, desde un punto de vista teórico, es fundamental abordar todo el conjunto de otra forma. Desde un trabajo de construcción de lo colectivo desde las diferentes visiones, o primando lo que puede unir, aunque sea mucho menos que los postulados de máximos de los partidos, por encima de lo que separa. Eso sería entrar en otra época, más propia de estos tiempos mucho más líquidos también en la política.

Desde mi humilde punto de vista, PSOE y Podemos -uno o los dos, por no ponerse de acuerdo- desaprovecharon una oportunidad que no debieron dejar pasar. No supieron entender esa necesidad de un nuevo paradigma, apostando por lo que les unía y dejando para más adelante lo que no cabía en esa entente. No les hablo de estrategias de cada cual para no ser fagocitado por el otro, que eso a mí siempre se me antoja secundario ante el primer plano del mensaje-fuerza que quiera trasladar cada uno, vinculado a su razón de ser. Pero creo que es un buen ejemplo de que las cosas se podrían haber hecho de otra manera.

Pase lo que pase, ahora creo que no se resolverá el desaguisado sin empezar a hablar del tal nuevo paradigma. Y creo que eso, les guste o no a nuestros políticos, nos puede traer bastante paz y estabilidad. Y, que yo sepa, de eso se trata por encima de todo. No de glorias personales o de una partida de ajedrez entre titanes desconectados de la realidad que, por mero tacticismo, se vea abocada a unas insoportables tablas.