No habrá coalición con el PP, dijo Sánchez en un mitin en Vitoria hace unos días y de esta manera tan rotunda cerró la puerta bajo siete llaves a una esperanza compartida por millones de votantes moderados de derecha e izquierda. No ha sido una sorpresa pero sí un jarro de agua fría la tozudez de Sánchez porque, llámese coalición o de otro modo, acuerdos de fondo sobre los asuntos de más calado, los queremos muchos españoles hartos de la incapacidad que derrocha la fragmentación que habita entre nosotros desde hace cuatro años y que amenaza, de la mano de Revilla, Errejón, CDR y otros movimientos localistas, con seguir aumentando si no le ponen coto los más grandes. En algún momento de la segunda república se llegó a más de treinta partidos en las Cortes unicamerales, no se desanimen los amantes del pluralismo que todo se andará.

Lo que hacen falta son, como digo, grandes acuerdos sobre los asuntos mayores, los que a todos nos afectan como país y entre ellos sobresale, obviamente, la crítica situación política en Cataluña. No espero que Sánchez exponga sus planes al respecto pero tampoco hace falta porque hay material sobrado en las hemerotecas y en la realidad para hacerse algo más que una idea difusa sobre lo que quiere el PSOE y exige Iceta. Los planes del dirigente del PSC están enmarcados en propuestas socialistas aprobadas hace tiempo y actualizadas con la necesaria deformación. Se puede tratar de recuperar, vía ley orgánica, algunos contenidos rechazados por el TC en la sentencia sobre el estatuto. Sí se podría, en efecto, forzando la Ley Orgánica del Poder Judicial y se podría vaciar la obligación constitucional de tratar al castellano como lengua oficial dejando que las cosas sigan como discurren desde hace décadas en Cataluña y mirando para otro lado. Y se pueden transferir más competencias de modo que como quiere el PSC se profundice en el autogobierno. Se podría profundizar también y más rápidamente con un nuevo estatuto más profundo y confiando en un TC más a la carta que el actual, hasta hacer de Cataluña una suerte de entidad cuasi estatal confederada y así hasta que vuelvan a estar incómodos. Si ampliamos la perspectiva a otros territorios es interesante escuchar a Ábalos, el ministro de Fomento, repetir la vieja cantinela de que el PSOE es el partido que más se parece a España y que es el único que tiene un modelo territorial para España. Lo tiene, en efecto, profundizando el autogobierno del brazo de los nacionalistas hoy y mañana soberanistas y pasado más, como en Baleares, Navarra o Valencia. Lo que Sánchez no tiene en la cabeza, lamentablemente, son los límites del autogobierno y si los quisiera tener buscaría el acuerdo con el PP que los tiene y los viene exponiendo claramente.

Por exigencia de Iceta, los socialistas vuelven a lo de nación de naciones y a la España federal que pretenden compatible con la España autonómica, la España integral y el ahora España. Todo vale si las cosas no se explican del mismo modo en Barcelona, en Sevilla, en Madrid, en Valladolid, en Navarra y en Palma. Explique Sánchez en las demás comunidades que Cataluña tiene derecho a comodidades que las demás no merecen y pídales que apoyen a Iceta porque es el único que tiene la solución. No le aceptarán las explicaciones ni el día de los Inocentes.

Si el asunto se deja correr, y esa viene siendo desde hace mucho la actitud de la izquierda constitucional, en unos años, pocos, no será posible reconducir la política en Cataluña y si, por cansancio, por paulatino convencimiento o porque surgen apoyos internacionales a la causa, el Estado cede, la autodeterminación será un hecho. Para evitarlo sin rudeza, pero con firmeza, Sánchez debería querer y saber sumar a cuantos quieren reconducir las cosas. No es labor de un día, ni de un año, ni de una legislatura pero hay que iniciarla con grandes acuerdos, con lealtad y sin atajos a cambio de unos votos. Mi impresión es que, visto lo visto, Sánchez ni quiere ni sabe porque prefiere no irritar a Iceta. Se equivoca y si confía en ERC o en Iglesias, las cosas irán a peor y además crecerán los partidarios de recetas drásticas que ofrecen curas milagrosas que, por definición, no son de este mundo. Solo con el acuerdo de los moderados es posible la esperanza.