Tiempo hubo en que aquí votaban hasta los cadáveres; aunque esas pintorescas y algo macabras costumbres se hayan ido perdiendo. Una lástima. Ahora ni siquiera es seguro que vaya a votar la mayoría de los vivos convocados por cuarta vez en cuatro años a cumplir con ese derecho y deber cívico el próximo domingo.

Quizá por recuperar las viejas tradiciones, el Gobierno de Sánchez ha decidido celebrar estos nuevos comicios del Día de la Marmota en fechas arriesgadamente próximas a las festividades de Difuntos y Santos, que en América -y, por tanto, también aquí- se llaman Halloween.

La cercanía de las elecciones bien podría estimular a los alegres compadres de la Santa Compaña a terminar sus habituales paseos nocturnos en cualquier local de votación. Pocos habrían de extrañarse, al menos en Galicia, donde es costumbre que los vivos dejen solidarias limosnas en los petos -o huchas- de ánimas para que a los muertos vivientes no les falten unas monedas que gastar cuando salen de farra.

Siglos antes de que Hollywood popularizase en todo el mundo a los zombis americanos, los difuntos de esta parte de la Península ya tenían el hábito de salir de sus sepulcros en horas de noche y niebla para estirar las piernas un poco.

Hay sospechas, incluso, de que algunos de ellos, fallecidos en la emigración, prolongaban la velada para depositar su voto de ultratumba en las urnas del Censo de Emigrantes Residentes Ausentes. Algo de mágico tiene ya en su propia denominación ese censo que aúna la doble condición de "residente" y "ausente"; pero tampoco se trata de descifrar ahora los misterios de la burocracia.

Como quiera que sea, vamos a vivir dentro de pocos días unas elecciones en época de espectros, lo que acaso constituya una novedad. La política es un gremio en el que no escasean, precisamente, los fantasmas en la quinta acepción del diccionario, que los define como "personas envanecidas o presuntuosas". Bien podrían los espíritus de toda la vida reclamar sus derechos de antigüedad para evitar que se les confunda, en estas señaladas fechas suyas, con los aspirantes al Gobierno. Si no otra cosa, el ruido de la campaña electoral parece poco compatible con la paz de los cementerios.

A su favor, los políticos pueden alegar con toda exactitud que la caída del bipartidismo lleva alumbrando desde hace cuatro años toda suerte de gobiernos fantasmas. Tal que si fuesen una peculiar Santa Compaña con domicilio en La Moncloa.

Desde que los electores decidieron darle matarile al bipartidismo, lo habitual, en efecto, es que los Consejos de Ministros actúen con carácter interino, como zombis que han de limitarse a despachar los asuntos ordinarios. Así es como el socialdemócrata Sánchez gobierna con los presupuestos multiprorrogados del conservador Rajoy, cuyo espíritu -junto al de Montoro- sigue flotando sobre las cuentas públicas. Y no parece que ese curioso espiritismo vaya a cambiar a partir del próximo lunes.

Habrá quien atribuya estos fenómenos paranormales en la política al hecho de que Rajoy fuese gallego o a la coincidencia de las elecciones con la efeméride de los Difuntos. Pero qué va. En realidad, hace ya casi un cuatrienio que los electores españoles practican una especie de voto de ánimas, con el lógico resultado de gobiernos más bien fantasmales. No hay exorcista que arregle esto.