Provocan cierta hilaridad nuestros políticos cuando, al calor de la campaña electoral y como producto de consumo interno, practican el "puedo prometer y prometo" sin ningún tipo de pudor ni cortapisa. Se lanzan a piscinas donde no saben nadar y donde, además, la flotabilidad sigue otras reglas diferentes del conocido empuje de Arquímedes. Enumeran las virtudes y bondades de todo lo que nos darán a cambio de un voto, cuando tal planteamiento sabemos ya que tiene fecha de caducidad bastante temprana. A partir de ahí, entonces, ellos mismos volverán a aquello tan manido del donde dije digo, digo Diego, señal inequívoca de que se terminaron los tiempos -en este momento tan dilatados- correspondientes a períodos electorales.

Con todo, que a todos ellos les vaya bien. Soy de los que creen que, en una sociedad madura, la inercia democrática corrige, atenúa y hasta dulcifica los excesos y las veleidades un tanto psicóticas de aquellos que aspiran al poder, cuyo impacto en la sociedad queda así felizmente desdibujado. Por estos territorios patrios parece que desde las instancias políticas todavía no se ha hecho un acuse de recibo de que son tiempos de amalgama, pacto y planteamientos más de mínimos que de máximos, con lo que la capacidad de diálogo real sigue todavía anulada o, cuando menos, mermada. Una pena pero, como digo, menos pena de la que podría ser si todo ello no fuese bastante amortiguado por el propio devenir de las cosas... Pero pena igual porque, mientras no se pongan de acuerdo para hacer algo, poco importa que se hagan cuatro o cuatrocientas elecciones.

Es importante que, para preservar el orden mental de cada uno de nosotros, tengamos claro que la capacidad de la política doméstica nacional dentro de nuestro contexto global da de sí exactamente hasta donde da, y no más. Y siendo esta muy importante, ni interviene en jardines que son de otra índole, ni puede enarbolar una bandera de lo que no toca. Muchos de los planteamientos económicos de nuestros gobernantes in pectore en estos días para recordar son, directamente, naïf. Y eso, siendo indulgentes. Porque son muchos hoy los terrenos, y este es uno de ellos, donde los actores principales no son los políticos, aunque estos parezcan no haberse dado por enterados. Hay más, con poderes estratosféricos frente a ellos. Y si no, que se lo pregunten a Soros y sus episodios relativos a la estabilidad de la libra esterlina. Es solamente un ejemplo, pero podría haber muchos otros. Y, de igual modo, muchos de los planteamientos, causas y realidades sociales de hoy están a años-luz, por delante, de tales organizaciones políticas y de su interés por fagocitarles. Ni lo social ni lo económico es patrimonio de las organizaciones políticas, son signo de una época y van bastante por libre y, como digo, por delante. E igual que ningún partido podría cambiar en nuestro país la economía de libre mercado, aunque sí regularla y actuar con mayor eficacia sobre sus efectos secundarios, tampoco son ya objeto de diatriba política los derechos sociales de las minorías o la libertad y la igualdad entre mujeres y hombres, le pese lo que le pese a algún hipotético nostálgico.

Quiero decir con todo ello que muchos de los grandes debates que se están abriendo interesadamente estos días, a instancia de partes, ni son reales, ni se les espera ni tienen mayor recorrido que encandilar a unos y poner de los nervios a otros. Punto. Y, mientras, los grandes temas, preocupantes y siniestros de verdad, campan a sus anchas. Y, ¿saben una cosa? Ni se habla prácticamente de ellos en los debates ni, seamos sinceros, le importan casi a nadie. Uno de esos temas es la inequidad, la desigualdad, que crece en nuestro país como la espuma, con tasas de variación de la misma inéditas en Europa. Y, ante eso, nadie o casi nadie dice nada, hace nada ni "puede prometer y promete" nada. ¿Por qué? Porque nos da igual. No nos preocupa cómo vive la persona de la puerta de al lado, ni tenemos mayor intención de escucharle o de ayudarle pero no nos arredramos ante supuestos planteamientos identitarios a escala nacional, del signo que sean, aunque chirríen. Y, ante eso, ¿cómo vamos a poner en el foco tal inequidad, cada vez más evidente?

Pero debería preocuparnos. España va mal, en términos de que cada vez es una sociedad menos vivible. Ya hemos hablado aquí mil veces de que todos los indicadores que indican mayor brecha social están en color rojo desde la crisis del 2008. Se ha crecido mucho y se ha generado mucho valor desde entonces, pero se ha quedado fundamentalmente en muchas menos manos. Y no porque estas fueran las de los más listos, los más preparados o los mejores. Simplemente porque su posición de partida fue mejor. Y, también, porque estamos dibujando los mimbres de una sociedad más caníbal. Hoy trabajar ya no es sinónimo de poder vivir medianamente tranquilo, pagando tus facturas. Y esto irá a peor, con los cambios y la evolución que se avecina. Hoy España es un país más triste, en tanto que se ha diezmado a buena parte del segmento socioeconómico medio, con la anuencia de gobiernos de signos bien distintos. Y el "ascensor social" no funciona en un país clientelar, donde los grupos de presión y las diferentes camarillas pugnan por colocar a los suyos -trabajo, oportunidades económicas...-, y donde las dinámicas orientadas verdaderamente a resultados no forman parte de la agenda de casi nadie.

Los dos grandes temas que vienen en los próximos veinte, treinta a cincuenta años son la gravísima cuestión demográfica y, sobre todo, la desigualdad, además de los problemas vinculados a la sostenibilidad global. La demografía se puede mejorar de forma significativa, a medio plazo, con políticas valientes en los terrenos laboral y migratorio. La desigualdad no tiene tanta cura, viendo cómo vamos. Será nuestro Caballo de Troya. Ninguno de los atildados participantes en los debates de estos días parece haberse enterado de ello. Pero será, sin duda, lo que truncará mucho más nuestra hoy más débil sociedad. ¿No es una tristeza? Y, mientras, sigamos hablando de cositas, cosillas y demás menudeces...

La desigualdad, aunque sea de guante blanco, sí que rompe cualquier atisbo de patria...