Nuestro mundo es muy antiguo y al mismo tiempo muy joven, un lugar que ha mudado de piel repetidas veces. Dos mil años de cristianismo han quedado reducidos a una Iglesia que honra la Pachamama. El uso común de los anticonceptivos ha permitido regular la natalidad y facilitado la emancipación de la mujer, pero ha terminado pavimentando el camino del eclipse europeo a causa del invierno demográfico. La vieja izquierda que defendía políticas de clase ha dado paso a una nueva izquierda cultural que lucha por las identidades. Si el parlamentarismo liberal y los regímenes constitucionales fueron la salida sensata a dos guerras mundiales, hoy prima un iliberalismo democrático que se sitúa por encima de las leyes. El mundo cambia a una velocidad de vértigo, definiendo marcos impensables hace ahora apenas un siglo o dos. Las sondas Voyager se acercan a los límites del sistema solar cuando para el hombre el vuelo es un fenómeno relativamente reciente. La mecánica cuántica y la teoría de la relatividad, el psicoanálisis y el ecologismo, la genómica y la biología sintética, la energía nuclear y los teléfonos móviles no son precisamente avances que se pierdan en la noche de los tiempos. Yo mismo nací en un mundo con televisores en blanco y negro, sin Internet ni microondas, aunque Armstrong ya había pisado la luna unos pocos años antes. Mi padre fue bautizado en latín, mientras que ahora los sacerdotes apenas lo chapurrean y en los institutos se enseña mal que bien. Los dogmatismos de hace un siglo resultan hoy risibles y cabe suponer que el actual fanatismo ideológico también lo será dentro de cien años. Es cierto que nuestro mundo se parece mucho al de la Antigüedad porque la condición humana cambia a menor velocidad que nuestras creencias intelectuales. Shakespeare nos sigue apelando porque habla a nuestra humanidad y utiliza historias universales que resuenan en nosotros; sin embargo, el contexto cultural de sus dramas o de sus comedias nos son ajenos en gran medida. El Gran Salto Adelante del maoísmo, con sus millones de muertos y represaliados, ha dado lugar a una China comunista que no sólo bendice con fuerza el capitalismo sino que además se ha convertido en un factor equilibrante del comercio global. Los cambios en la etiqueta sexual y familiar han sido aún más intensos y están a la vista de todos, por lo que no tiene mucho sentido desgranarlos aquí. Algunos científicos intentan descifrar el lenguaje de los animales para comunicarse con ellos y otros advierten de una crisis medioambiental sin marcha atrás que supondría la llegada de una nueva etapa geológica, el Antropoceno. Cada pocos años vivimos una revolución en algún campo del saber o del poder que será sustituida al poco tiempo por otra revolución, en ocasiones del signo contrario.

Un mundo antiguo y otro nuevo que se solapan. Una parte del malestar democrático en el que llevamos unos años instalados tiene que ver con esta dinámica: las herramientas con que contábamos para analizar la realidad no acaban de servirnos. Y, por otra parte, tampoco disponemos de unos criterios claros para entender el futuro hacia el que nos encaminamos. Todo sucede demasiado rápido y es demasiado radical para que las ideologías al uso nos iluminen. Lo que permanecen son los resortes antropológicos, esa perdurabilidad del alma humana: sus vicios y sus virtudes, las pasiones y el autocontrol, la inteligencia y la estupidez, el sentido tribal y la capacidad intelectual de poner límite al tribalismo, la confianza y la desconfianza.

Nuestro voto, hoy, depende también de claves muy distintas a las del pasado, incluso más inmediato. ¿Quién podía prever las transformaciones políticas vividas en estos últimos tres lustros? Por eso mismo, más que en las ideologías conviene fijarse en los candidatos y en sus hechos: ¿hacia dónde nos conducen? ¿Cuál es el valor de su palabra? ¿Buscan mejorar o empeorar, unir o dividir aún más la sociedad? En el fondo la pregunta es: ¿son leales servidores de la ciudadanía o de los suyos propios? Nadie sabe qué nos deparará el futuro, cambiante y veloz. Exijamos al menos responsabilidad e inteligencia, generosidad y perseverancia.