Tengan ustedes buen día. Agitados momentos políticos, inmediatos al desarrollo de unas nuevas elecciones generales. Algo que, no cabe duda, ocupará buena parte de los titulares de hoy, y será objeto de estudio y análisis, desde la óptica de cada uno de nosotros. Sin más dilación, y porque creo que es un ámbito en el que ya habíamos descendido a la arena, les cuento mis impresiones sobre ello. Pasen y vean...

La buena noticia creo que para cualquier persona y desde todas las ópticas, ideologías y postulados políticos posibles, es que por fin parece haberse desencallado el camino hacia la consecución de un Gobierno. Falta ver cómo se materializan los posibles apoyos a las dos formaciones que, de repente y contra todo lo vertido desde las filas de cada cual, ahora se acercan. Pero que haya un Gobierno, como primer paso para evitar seguir en la parálisis, es bueno. Y esto incluso teniendo en cuenta el hecho de que, a tenor de lo vivido en los últimos meses, pudiésemos caer en la tentación de que pareciese que tal institución colegiada no hiciese demasiada falta. Sé que a veces es difícil de visualizar o hasta de creer, pero a medio y largo plazo cualquier atisbo de planificación estratégica es imposible si no hay cabeza institucional. Aunque hoy tal planificación parezca un poco reñida con la política, con actores un poco de pega que bailan al sol de la demoscopia... Es importante que el futuro de tal institución se despeje.

Que haya o que pueda haber Gobierno en un futuro próximo es bueno. Y que este responda a lo que mayoritariamente ha decidido la ciudadanía, también. La parte más agridulce de la historia, en línea con lo que coherentemente hemos defendido aquí hasta la saciedad, es si hacía falta todo esto, con sus costes, para llegar al mismo lugar... Porque son el PSOE y Unidas Podemos, Sánchez e Iglesias, los que ahora se funden en un abrazo cuando antes ni se cogían el teléfono. Los que propiciaron un nuevo gasto electoral verdaderamente millonario y los que, por omisión y fomentando el hartazgo en un caldo de cultivo peligroso, dieron alas al auge de la radicalidad y xenofobia, a la política de la ocurrencia para captar al descontento. Ellos son los que desoyeron los buenos consejos de que se procediese ya, sí o sí, a la conformación de un ejecutivo a partir del diálogo. Y los que, al final, nos llevaron a un meandro infinito que ha dibujado un país mucho más polarizado y complejo.

Sánchez más que Iglesias, claro está, pero ambos y sus respectivos grupos de confianza impidieron de forma tajante lo que ahora celebran, y que tenía que haberse concretado mucho antes. Y es que van siete meses ya desde abril, con su precio en parálisis, desapego y desafecto y, no lo olvidemos, fragilidad en lo que ahora se comienza. Porque, no lo duden, en el ejecutivo que presumiblemente empiece a muy corto plazo „si no se tuerce nada en ese gran torcedero nacional que es el Congreso„, las cosas serán mucho más difíciles ahora, a pesar de un abrazo cosmético que busca esconder incluso descalificaciones personales. Será todo más explosivo y, en el contexto social, económico y político en el que nos encontramos, mucho más difícil.

Con todo, soy de los que aplauden que haya entente. Las personas no deben emitir su voto más de una vez, porque el mismo es soberano y legítimo, en función de las ideas de cada cual. Quizá hubiese que pensar si se permiten o no los partidos contrarios a los derechos humanos más elementales, que paradójicamente quieren llevar a la ilegalidad a otros. Pero, hoy, todos ellos están reconocidos y sus candidatos son elegibles. Con todo eso, cuando el pueblo habla, ¿por qué volver a votar? Con los mimbres que le den a cada uno, hay que dialogar, pactar y llegar a donde se pueda. Y, lo demás, para mañana. O pasado mañana.

Sánchez tiene hoy setecientos mil votos menos, y ha perdido el Senado. Iglesias unos cuantos también. Rivera y su proyecto, por indefinido y por los bandazos y errores, ha sido amortizado, al menos temporalmente. Y otras opciones hasta ahora inéditas, de las que en Galicia estamos libres, amenazan las más elementales normas de convivencia. El país es hoy peor. Y Sánchez e Iglesias, por fin, parecen haberse dado cuenta de lo evidente. ¿Despedirán a los asesores con ínfulas que les aconsejaron no tomar por el camino del medio? ¿Harán autocrítica de lo absolutamente kafkiano en su devenir de los últimos meses? ¿O harán como si nada, que sería lo peor?

Dicho todo esto, me alegro de que empiece a imperar cierta lógica, más allá del marketing de partido. Y es que los problemas y las soluciones a los nuevos retos no se arreglan con mera cultura del envoltorio „¿oído, Sánchez?„ sino con los pies muy en la tierra, y tendiendo manos y puentes, cueste lo que nos cueste. Y es que estas son nuestras vidas y nuestras oportunidades individuales y colectivas, no una partida al Risk en un colegio mayor de Madrid.