Qué tal están? Se les saluda, en estos días anticipadamente fríos en los que nuestros caminos vuelven a encontrarse. Fíjense, veía ayer una fotografía familiar de otro 15 de noviembre, de uno de estos últimos años. Y, ¿saben qué? Pues que la misma estaba tomada en la playa, en un día verdaderamente soleado en el que hubo posibilidad de disfrutar de unos cuantos fantásticos baños en el mar. Esta vez es distinto en términos de tiempo meteorológico pero, miren, lo uno y lo otro, el calor y el frío, la tempestad y la solana, tienen su alegría. Es cuestión de encontrársela y de amoldarse lo mejor posible a lo que venga. Porque, nos pongamos como nos pongamos, contra los meteoros no se puede luchar.

Convencidos de ello, tratemos de seguir adelante teniendo especial cuidado en la carretera y poniendo al mal tiempo, buena cara. Y, eso sí, cuidándonos mucho de hacernos los valientes frente a la poderosa fuerza del viento o del océano. No es una broma. Tengan cuidado ahí afuera, como decía aquel de la serie policíaca clásica cuando despedía a sus patrulleros después de la lista del día y toma de contacto. Y es que, ya saben, un patinazo, una ola o un accidente puntual son suficientes para dejarnos secuelas para toda una vida, o directamente para borrarnos del mapa.

Estas líneas están escritas ayer, en un día especial para mí. Les cuento, el 15 de noviembre es la jornada que la comunidad científica, y también el santoral, recuerdan a Alberto Magno, patrono de las Facultades y estudiantes de Ciencias, y de los científicos en general. Un personaje verdaderamente interesante, que tuvo como discípulo a Tomás de Aquino, y del que aquí queremos destacar su faceta intelectual. Porque Alberto Magno, fallecido tal día como hoy del año 1280, se asomó al mundo con una curiosidad incansable, que le permitió tocar muchísimos campos de las ciencias. Descubrió el arsénico en 1250, entre otros trabajos en el campo de la antigua alquimia y la botánica. Abogó por la esfericidad del planeta utilizando argumentos consistentes y tradujo y comentó a los clásicos, como Aristóteles. Un hombre preocupado por el conocimiento y, como digo, especialmente curioso. Obispo de Ratisbona, a lo que renunció posteriormente, también se dedicó a la geografía en su saber enciclopédico e ilustrado, en el que la filosofía ocupa un lugar destacado.

Soy de los que echan mucho en falta en la sociedad actual ese nivel de curiosidad presente en la vida y en la obra de, por ejemplo, nuestro personaje de hoy. O de genios de las letras, como Julio Verne. O de tantos otros ciudadanos más o menos anónimos que han ido trufando el acervo colectivo de aportaciones que nos hacen mejores y nos permiten conocer más. Me preocupa un poco un cierto nivel de adocenamiento -o de aborregamiento, si ustedes me lo permiten- que tenemos hoy entre nosotros. Y que parece que, si no evitamos de forma proactiva, irá a más. Sobre todo ello reflexionaba yo esta semana, en algún ratillo, con diferentes grupos de estudiantes de Secundaria y Bachillerato. Y no crean que voy a caer aquí en ese lugar tan común de decir que "las nuevas generaciones son peores desde tal óptica". Ni mucho menos. No me atrevo a pontificar sobre si eso es así o, justamente, al contrario. Pero lo que es cierto es que la necesidad crea el hábito y, cuando creemos nuestras necesidades básicas más o menos bien cubiertas, a veces dejamos de darle al cerebro como forma de interaccionar con nuestro entorno y con nuestros semejantes. Es una pena, porque hay muchas personas que podrían hacer así contribuciones brillantes y que, simplemente, no se plantean muchas cosas.

Hemos orientado la actividad intelectual, en buena medida, al trabajo. Y aunque es fundamental el mantenernos por nosotros mismos y contribuir a una sociedad más equitativa y justa a través del valor que generamos, el conocimiento también es un valor en sí. No solo conocemos para poder trabajar de ello, para poder vender lo aprendido a la sociedad. El saber, en sí, es libertad. Es capacidad. Es mejora individual y colectiva. Y el saber es sentido crítico de la vida, e inspira la posibilidad de cambio. Saber en sí es importante, independientemente de todo lo demás.

Ayer hablaba también con otros alumnos sobre el ácido sulfúrico. Y es Alberto Magno, y posteriormente Basilius Valentinus, quienes describen el proceso de su obtención a partir del "vitriolo", por primera vez comentado por Jabir Ibn Hayyan en el siglo VIII, acercándonoslo. Hoy las cosas se hacen de otra manera, por supuesto, pero todo lo que somos y por dónde caminamos está profundamente imbricado en la Historia, y en personas de antaño que sentaron bases sólidas sobre el conocimiento del presente y del futuro. Es verdad que la revolución tecnológica cuyas bases se sentaron hace pocas décadas es hoy imparable, y que ya abordamos la Quinta Revolución Industrial. Pero no seamos pedantes ni ingenuos. Todo lo que somos y todo lo que hacemos tiene mucho que ver con décadas y siglos de éxitos y fracasos, con procesos a fuego lento y con abordajes de la ciencia y de la vida mucho más multidisciplinares y transversales de lo que hoy, superespecializados, nos podamos imaginar. Y aquí Alberto Magno, y muchos otros, pusieron su pequeño grano de arena. No estamos inventando ahora el mundo. Ni descubriendo la cuadratura del círculo, por bien que lo hagamos y por mucho que innovemos. Muchas de las preguntas de Aristóteles, el Estagirita, siguen abiertas. Seguimos caminando.