La verdad es que me gustaría contestar que no hay presiones caciquiles, feudales cantonales o nacionalistas de vario pelaje que torpedeen el gobierno en ciernes al margen de la derecha asalvajada o los ultras; pero a lo peor serán varias las que se enfrenten al pacto de Sánchez e Iglesias apretados en sus asuntos por un mísero allá ese voto.

Sí tengo claro que no hay compraventa de votos masculinos de propietarios con sufragio censitario; pero no sé qué me da en las meninges que algo queda de Los pazos de Ulloa o de Los gozos y las sombras; escojan lo que quieran, a doña Emilia o a don Gonzalo; quienes se adentren en esos mundos ya opinarán, después de haber disfrutado.

La restauración borbónica entre finales del XIX y principios del XX tenía un control electoral basado en una maraña de relaciones entre el poder político y las clientelas locales que sustentó la alternancia política entre conservadores y liberales durante cuatro décadas desde el Pacto de El Pardo en 1885 entre Cánovas y Sagasta hasta la dictadura de Primo de Rivera en 1923.

Prebendas o coacciones eran las que funcionaban en las redes locales y provinciales, ni se me ocurre que sigan existiendo para intervenir en los resultados electorales; es más, dicen que el liberalismo político, tan de moda en estos días, es lo más conveniente; por lo tanto habría que recuperar a los valedores territoriales que equilibren el patronazgo como vínculo entre el electorado y el Estado. Convendría refrescar Caciquismo y oligarquía de Joaquín Costa (1901), Los episodios nacionales ( Cánovas) de Galdós (1912) o Jarrapellejos de Felipe Trigo (1914).

A fin de cuentas hablamos de las noticias falsas difundidas en la red desde hace años, del fino trabajo artesanal del reparto de actas para la formación de mayorías parlamentarias. No se trata de un proceso sencillo; sino de uno -y he aquí el quid de la cuestión- que debe enfrentarse a diferentes realidades locales más o menos dispuestas a encajar el pacto nacional. Es decir, el pacto además de ser de las élites también ha de tener de su lado al cura o al señor que pueda reaccionar de forma diferente a dicho encaje pese al encasillado que le hubiese tocado en suerte.

La Ley Maura (1907) investía al candidato que no tuviese contrincante proclamado sin elección, en el 90% de los cerca de 330 distritos electorales sin competición política, el caciquismo de ayer y de hoy, véanse las provincias despobladas y los diputados que piden su porción de la tarta a cambio del voto, podría hacerse la lista de supuestos agraviados reivindicativos; pero sería más corta la otra, la de los poderosos señores feudales con derecho a todo.