Aunque todos nos empeñamos en ser buenos y, a poder ser, ejemplares; son muy pocas las personas realmente bondadosas y casi ninguna absolutamente ejemplar... Pero en fin, mientras peleamos por mejorar y tratamos de dar con la fórmula de la excelencia personal, al menos contribuimos vagamente a crear un mundo mejor. Lo peor radica en esos que han renunciado a ningún tipo de mejora y van de kamikazes emocionales por la vida. No deja de sorprenderme la magnífica habilidad que tenemos una buena parte de los humanos para caernos, levantarnos, ahogar al vecino o salvarlo por los pelos, e incluso recurrir al famoso: "donde dije digo, digo Diego"... ¡Qué se le va a hacer! Cada cual tiene la potestad de guisarse y comerse una parte de su vida.

Hay personas que, generalmente presas de los celos, ignoran los logros de sus seres más cercanos, e incluso, las hay que no contentas con dar la espalda al imaginado éxito ajeno que morirían por tener, se dedican a ponerlo en tela de juicio, pero esta servidora no está dispuesta a bailar con la hipocresía. Ni me va, ni me viene, ni tampoco me gustan esta ni sus devotos practicantes. Si alguien te pone a parir, no es tu amigo y punto. Me da igual que la ocasión lo merezca o lo deje de merecer. Yo no soy un robot que me pueda apagar cuando convenga y volver a encender cuando lo reclamen para algún sarao... Pero cuidado con esas susceptibilidades a flor de piel. Que no sea una hipócrita, no significa que sea una rencorosa. Tengo una extraña y práctica cualidad que me invita una y otra vez a pasar pueblos de aquellos a los que no considero. Y es que ya se sabe, no ofende quien quiere sino quien puede.

Ninguna palabra puede ser tan dolorosa ante la afrenta personal, como el silencio. No se debe malgastar saliva con aquellos que en realidad no nos quieren, ni les importamos, o solamente buscan provocar. La palabra es el arma más poderosa del mundo y solamente debe utilizarse en aquellas causas que merezcan la pena y con aquellas personas cuyas entendederas estén por encima de sus sentimientos. Blanco y en botella. No me gusta todo el mundo y yo tampoco le gusto a todo el mundo. A veces los egos, que son en realidad los disfraces que adopta la falta de autoestima, pueden ser muy peligrosos e iniciar guerras. Pero cuidado con las batallas, porque siempre están supeditadas a la actuación de dos bandos y, generalmente, uno acaba sufriendo más que el otro.

Así que, señoras y señores, entiendan que no es bueno batallar por demostrar con desprecios la ignorancia al prójimo que nos ocupa, pero tampoco lo es el bailar con tu enemigo para guardar las apariencias; así que quizás lo mejor sea tratar de llenar nuestras vidas de múltiples actividades que nos satisfagan o simplemente nos llenen. Y los hipócritas bailes de los amigos, parientes o conocidos más extraños, que cada cual se los coma con patatas fritas. Yo ya tengo bastante con los míos y con los de los que realmente me preocupan. Sin acritud, simplemente con la verdad por delante.