De manual. Dicen los teóricos del exterminio que lo primero que hay que hacer cuando se quiere pasar por encima de las personas y sus derechos es, precisamente, despersonalizar a tales seres humanos. Convertirlos en otra cosa. Adscribirlos a categorías tales que su identificación, pura y dura, con el concepto de individuo, de ser humano, quede un tanto desdibujada. Pues bien, queridos amigos, en relación con los hoy llamados Menas -menores (inmigrantes) no acompañados- y de toda la información y desinformación disponible en estos tiempos líquidos sobre ellos, creo que algo así está pasando. Renombramos una realidad social que afecta a personas, estableciendo nuevos acrónimos que nos alejan conceptualmente de ellas. Pero ¡cuidado! Que no se nos olvide que estamos hablando de niños.

Y es que, miren, es cierto que algunos de tales menores acompañados han protagonizado reyertas, episodios de violencia y otros hechos preocupantes y delictivos en, pongamos por caso, las calles de Madrid. Pero tales hechos no imprimen carácter, no conforman el todo de una categoría. Y así como algunos tipos con bigote han atracado un banco, estaremos de acuerdo en que no todos los tipos con bigote son atracadores de bancos. Ni los calvos pederastas. Ni los políticos, en general, son ladrones, aunque haya habido muchos de ellos que las han hecho muy gordas. Tomar la parte por el todo, o el todo por la parte, es un error, que ya describe Aristóteles con contundencia en el siglo IV antes de Cristo. Por eso no se puede consentir que, primero, se empaquete a todos los inmigrantes menores no acompañados en la misma categoría. Y, segundo, tampoco es de recibo que, desde ciertas opciones políticas y sociales de medio pelo intelectual, se les considere como delincuentes, ni mucho menos. Al que la haga, que la pague según el ordenamiento legal vigente. Y al que no, respétesele. Porque el Derecho Internacional es claro en esto. Y, si no, pasen y vean.

Porque ni menas ni otras zarandajas. Cuando hablamos de niños, o de niñas, hablamos exactamente de eso. De niños. De niñas. De seres todavía no hechos, con necesidades concretas y especiales, y a los que la comunidad internacional protege. Se lo digo hoy, en un día muy señalado para abordar tal temática. Y es que cada 20 de noviembre es el Día del Niño. Una jornada auspiciada por Naciones Unidas, que nos recuerda la importancia de la protección de la infancia, lo que viene certificado por tratados internacionales que países como el nuestro han firmado hace ya mucho tiempo.

Pero hay mucho más. Si a eso sumamos la llamada "Responsabilidad de Proteger", que activa la responsabilidad de cualquier Estado en la defensa de los derechos de nacionales de terceros países cuando tales individuos no vean satisfechos sus derechos, por incapacidad o por acción o inacción de sus propios países de origen, la ecuación queda perfectamente definida: a los niños hay que protegerles, independientemente de su nacionalidad. No se trata de veleidades de gobiernos o de sociedades civiles. Es norma vinculante. Una norma que, en muchos casos en la decrépita Europa actual -¡ay, Schuman y Monnet, aquellos visionarios!- se está vulnerando. O, directamente, obviando.

He conocido a muchos inmigrantes menores no acompañados aquí, en España. Tuve la suerte de tener a alguno como alumno, con un rendimiento y unas capacidades y actitudes verdaderamente sobresalientes en el conjunto de sus compañeros, a pesar de no entender prácticamente el idioma. He conocido a niños sin papeles y sin vida oficial en las calles de Centroamérica, o he podido dialogar con papis de familia de trece años, que te dicen que lo que más desearían en la vida es poder ir a la escuela y aprender a leer y escribir. He hablado con niñas que son objeto de todo tipo de transacciones en lugares horrorosos para ser niño y, más, niña. Y he podido conocer las desventuras, a veces letales, de mareros de poco más de un metro sumergidos en el pozo más profundo de la droga y la delincuencia callejera. Y, ¿saben?, cuando tal aconteció, siempre he visto en ellos la silueta, el perfil y la inocencia de un niño. Por supuesto lastimada y a veces destrozada por una vida terrible en el disparadero de la muerte. A veces casi sin vuelta atrás. Pero no saber entender que el entorno, las terribles condiciones y el contexto de cada cual le marca hasta límites insospechados, es no tener una visión real del mundo. Los "menas" no vienen aquí porque les apetezca dar una vuelta fuera de casa. No. Muchas veces no hay casa, ni familia, hay violencia y hay muerte detrás de los talones. Nadie se desarraiga por gusto. Y nadie mendiga, escapa y hasta delinque porque le apetezca.

Hoy es el Día del Niño. De todos los niños. Y, como la necesidad crea el hábito, lo es sobre todo de los niños con más necesidad. De Niñas y Niños desahuciados, desamparados, destrozados. Y no solamente en los avisperos de la Humanidad. Recuerden que España es el tercer país de Europa en cuanto a pobreza infantil. Y esto, no se engañen y debido a los nuevos modos sociales y económicos, irá a más. Por eso es importante que existan días como hoy, y gentes como Eglantyne Jebb, fundadora de Save the Children, firme impulsora de la Declaración de los Derechos del Niño (1959) que, junto con la Convención de los Derechos del Niño (1989), inspira este día.

Niños son niños. Mena, en minería, es lo contrario de ganga. Y De Mena, Juan, es un reconocido poeta del siglo XV. Pedro, Alonso y otro Juan De Mena son reconocidos escultores especializados en imaginería, con algún tesoro en la ciudad. Pero esa es otra historia. Los niños son niños, hayan nacido aquí o en Kuala Lumpur, por muchas y terribles capas de miseria o de destrucción que la vida les haya puesto encima. No son menas. Son personitas con duras historias personales e intransferibles, que muchas veces se pueden recuperar. Y, para eso, hace falta voluntad. Y cumplir la Norma Internacional.