Desde que Joaquim Torra amenazara con tirarse pedos durante el juicio al que fue sometido hace poco por desobedecer a la autoridad competente, hemos perdido toda esperanza de diálogo, de arreglo, de acomodo. ¿Cómo sentarse a hablar con una persona de ese nivel? ¿Qué lenguaje utilizar en las conversaciones? ¿Cuántas reglas de cortesía básica habría que enseñarle antes? Aunque, visto lo visto, y con la perspectiva que proporciona la distancia, era solo una cuestión de tiempo que comenzara a razonar por la vía rectal. Cuestión de tiempo que se manifestara intelectualmente a través de sus gases. Cuestión de tiempo que convirtiera a su intestino grueso (es dudoso que posea el delgado: todo en él es barbarie) en una sucursal de su mollera y a su culo en un sucedáneo de su boca. Si sus partidarios siguen su ejemplo, inaugurarán una etapa en la que el gobierno del cuerpo humano cambiará de sede, con la ampliación consecuente del mondongo.

Ya hubo un período, hace miles de años, en el que el aparato digestivo de la especie homo ocupaba un porcentaje altísimo del organismo. Éramos esclavos de un estómago más grande que un salón de plenos municipal y nos pasábamos el día asimilando la pitanza. Gracias al cambio drástico de la dieta, provocado por la domesticación de fuego, redujimos el tiempo dedicado a la digestión, así como el tamaño de nuestros intestinos. Ahí fue cuando el cerebro tomó el mando. Con el control de las flatulencias, apareció la cultura y se elevó la talla moral de nuestros ancestros.

Estamos refiriéndonos a un momento decisivo en la historia de la Humanidad, una época de la que algunos, sin embargo, sienten una nostalgia enorme. Hay quien daría un buen pedazo de su masa encefálica a cambio de un metro más de tripa. A Torra no le caben las ideas en el abdomen del que dispone actualmente. Un líder de su categoría necesita más espacio. De hecho, las opiniones se le agolpan, como las metáforas a un poeta, y le salen sin articular, en forma de ventosidades retóricas difíciles de traducir incluso para los torrólogos, o como quiera que se llamen los exégetas de sus producciones ventrales. Lástima de tanta filosofía nacional perdida entre las costuras de sus calzoncillos.