No voy a derivar hacia un ecologismo facilón. Solo pretendo colocar las cosas en su sitio. Reconozco que he disfrutado, aunque también sé de personas muy contrariadas, con las alteraciones meteorológicas que nos ha brindado este otoño juguetón. Y lo llamo así porque, repasando fechas pasadas e informativos, vemos que nos dejó días veraniegos, con bañistas de nuevo en las playas, para de repente sorprendernos con jornadas que se antojaban el diluvio universal, universal y permanente, pues llevamos semanas dale que te dale con la lluvia, y de pronto la guinda de la nieve que se ha adelantado, sobre todo por las montañas cantábricas y también alguna del Pirineo hasta el punto de que algunas estaciones no han tenido que esperar a la Inmaculada para empezar a funcionar. A punto estuve de desenfundar los esquíes para contarles el estreno de la temporada, pero podría considerarse pretencioso. ¿Y qué decir del espectáculo de una Venecia inundada? Y en Galicia hemos tenido la flota bien amarrada, campos inundados y las impactantes fotos aquí publicadas el 14-N con el pavimento arrugado y levantado del aparcamiento recién hecho en el paraje de Chelo, que las crecidas del Mandeo se encargaron de ondular como si nada. Así es la naturaleza viva, caprichosa e indomable.