Este pretendía ser el primer artículo que vinculara a la sociedad catalana con el montaje teatral The Great Society de Robert Schenkkan, que arrasa en el Lincoln Center neoyorquino con el duelo entre el presidente Lyndon B. Johnson y Martin Luther King. Por desgracia, Pedro J. Ramírez se adelantó con una parábola donde empareja a los independentistas con la ultraderecha racista blanca, por mucho que Puigdemont y compañía hayan perseguido la asimilación con la lucha de la población negra estadounidense por sus derechos.

La asociación de la Great Society, el proyecto definitivo de Johnson, con Cataluña es inmediata para cualquiera que se aproxime a un texto dotado de una plasticidad ejemplar. Sin embargo, y a diferencia de nuestro predecesor, aquí se respetará el papel autoadjudicado por cada bando. Se observa así con mayor detenimiento la degeneración de los objetivos originales, para llegar quizás a un desenlace más desolador. Schenkkan, ganador de un Pulitzer, ya obtuvo un Tony previo por una obra reportaje sobre el primer año en la presidencia de L.B.J., con el título de All the way. Su primer protagonista presidencial fue el Bryan Cranston de Breaking Bad, su segundo presidente es el Brian Cox de Sucesión, a la espera anhelante de que José María Pou encabece las versiones catalana y castellana del montaje.

Los primeros compases de The Great Society muestran a Johnson y Luther King enzarzados en una batalla dialéctica entre bastidores, mientras la Casa Blanca intenta aplacar a los gobernantes sudistas que pretenden aplastar a los militantes negros. Recordemos que el independentismo catalán se encomendó a esta fase del predicador negro, y al inevitable Gandhi. La tensión larvada estalla cuando el movimiento liberador se desplaza a las grandes urbes, Chicago y Los Ángeles. Los sectores juveniles se sienten defraudados por la esterilidad de su lucha, piensen en CDR y Tsunami Democràtic, y rompen la disciplina de sus mayores.

En la segunda fase estalla la violencia en el seno del mundo pacifista. Luther King y sus lugartenientes no consiguen apaciguar a sus cachorros, que se alinean masivamente con el black power que recogerá la antorcha. Al igual que en Cataluña, los radicales lideran la violencia callejera en las grandes urbes. No solo jubilan a sus mayores, sino que los cubren de insultos tan onerosos como "tío Tom", el negro sumiso y agradecido a sus amos blancos. De paso, los rebeldes que no descartan el uso de la fuerza desencadenan un movimiento supremacista de energía inusitada, de nuevo la parábola catalana. La delirante idea de controlar los acontecimientos, ya sea en Washington, Madrid o Barcelona.