Es bien conocido el caso del futuro submarino de la Armada que hubo de ser corregido en su diseño por la enojosa razón de que se sumergía, pero no salía a flote. A las costas de Galicia ha llegado estos días, sin embargo, un sumergible de bolsillo que, con solo tres tripulantes, cruzó seis mil millas de océano cargado con tres toneladas de suministros para la nariz.

El S-80 encargado a astilleros públicos supera ya los mil millones de coste; en tanto que el artefacto de los contrabandistas costó poco más de millón y medio de euros. Los economistas liberales verán quizá en esta paradoja una demostración de que la iniciativa privada funciona mejor que la pública; pero tampoco hay que ponerse estupendos. Lo que parece marchar de maravilla es la economía subacuática.

No es este el primer sumergible que fletan sin éxito los atípicos empresarios gallegos de la fariña y el chocolate. Trece años atrás, otra nave capaz de navegar bajo las aguas había sido interceptada ya en las Islas Cíes cuando hacía pruebas de mar, por así decirlo. El ingenio, de apenas diez metros de eslora, era de fabricación artesanal y fue abandonado por sus tripulantes después de sufrir varios fallos en la hélice, aunque el motor funcionaba cuando las fuerzas marítimas del orden lo descubrieron. No había nada punible a bordo, por lo que el asunto se archivó.

El de ahora es de proporciones algo mayores, pero aun así cuesta creer que haya cruzado el Atlántico por sus propios medios. Al igual que en el caso anterior, lo más probable es que partiese de un barco nodriza en las cercanías de la costa, si bien este es detalle técnico que sin duda esclarecerán las autoridades al mando.

Espíritu de innovación no les falta, en todo caso, a los contrabandistas que se dedican a importar desde hace décadas cierto tipo de productos ultramarinos prohibidos por la ley. Cuatro años después de aquel primer intento, reincidieron en el mismo propósito al ensayar la compra -también frustrada- de un navío semisumergible que se podía manejar con un mando a distancia, como los de la tele. La operación no prosperó, dado que la otra parte contratante ofrecía el submarino únicamente en alquiler.

Esta rara querencia a los sumergibles no deja de tener su lógica en el caso de los narcos que actúan en Galicia. Bajo el agua de las rías se criaba también hace ya muchos años el tabaco de la reputada denominación de origen "rubio de batea" que tanta fama les proporcionó. La de las bateas era, desde luego, una variante de la economía sumergida algo más tosca que la de los actuales submarinos; pero es que esta industria, como cualquier otra, no para de innovar gracias a la competencia.

Algo habrá influido, aunque poco, el hecho de que fuese precisamente en Vigo donde el ingeniero Antonio Sanjurjo Badía tuvo la idea de construir, hace siglo y pico, uno de los primeros sumergibles que navegaron bajo aguas peninsulares.

Esa es, en todo caso, una mera anécdota histórica. Avanzados como pocos en materia de I+D+I, lo cierto es que los contrabandistas destacan por su afán de mejorar la eficiencia del negocio con el uso de potentísimas planeadoras y otros ingenios dotados de los últimos adelantos de la tecnología. Con los submarinos no han tenido mucho éxito hasta ahora, pero siempre se podrán consolar. También el Gobierno tiene dificultades para conseguir que floten los suyos.