Veo en un diario un anuncio en el que se nos invita a comprar el nuevo libro de Greta Thunberg, la adolescente sueca que dio alas al movimiento contra el cambio climático en todo el mundo.

Se titula Nuestra casa está ardiendo y lleva como subtítulo "una familia y un planeta en crisis". Thunberg se ha convertido en la involuntaria heroína de una joven generación, preocupada no ya por su futuro económico, sino por la propia supervivencia de la especie.

El mismo diario nos regala al mismo tiempo con páginas y más páginas publicitarias que nos hablan de ofertas relacionadas con la moda, importada de EEUU, del Black Friday (Viernes Negro), con el que nos bombardean también continuamente el resto de los medios.

Todos se han apuntado al Black Friday, que es el viernes subsiguiente al llamado Día de Acción de Gracias con el que pueblo norteamericano recuerdan a los peregrinos ingleses que llegaron a aquellas costas a bordo del Mayflower y cuyos descendientes acabarían diezmando a los nativos que allí vivían.

Es la fecha que marca el inicio de la temporada de puro consumo navideño. Y, por cierto, al paso al que vamos gracias al cine de Hollywood y al papanatismo de muchos, no debería extrañarnos que el Thanksgiving (como se llama en inglés) terminase celebrando también aquí con cena de pavo para toda la familia.

Mientras tanto ya se han encendido en nuestras urbes las luces navideñas. Se trata de estimular el consumo y nadie parece ver o que le importe la enorme contradicción entre las proclamas de muchos gobiernos de que hacen todo lo posible contra el calentamiento del planeta y ese despilfarro lumínico cada vez más prematuro.

Hay incluso alcaldes que se ufanan, bromeando, de que las luces de su ciudad podrían verse de noche hasta desde Nueva York como si eso fuese algo de que vanagloriarse cuando en realidad tendrían que avergonzarse de tamaño gasto energético.

Por cierto que los partidos de nuestra derecha se quejan de que "radicales" y "comunistas" quieran darle otro sentido a nuestras fiestas navideñas cuando estas parecen haber perdido ya todo sentido que no sea el de animarnos a comprar todo lo que no necesitamos.

Escuché el otro día por radio a unos líderes indígenas de la Amazonia quejarse amargamente de la depredación a las que el Gobierno brasileño de Jair Bolsonaro está sometiendo a sus tierras sagradas. Aunque hay que decir que no es esto algo que haya empezado con ese político ultra.

Explicaban que las plantaciones de soja transgénica están acabando con los últimos pulmones del planeta y pedían ayuda a Occidente para acabar con un arboricidio a gran escala que sólo acelerará el calentamiento irreversible del planeta. ¿Nos dejarán tantas luces ver el bosque?