Hace ya algunos años, asistí a una charla de Rafael Chirbes en la UNED de A Coruña, dentro del ciclo La creación literaria y sus autores: Encuentros con escritores, que coordina el profesor de Literatura Javier Pintor. Entonces, yo no conocía a Javier Pintor, pero Chirbes era una figura literaria importantísima para mí, lo sigue siendo. Empecé a leerlo con veinte años y no dejé de hacerlo hasta su muerte, en agosto de 2015. En realidad, seguiré leyéndolo siempre, dada mi costumbre de regresar una y otra vez a las cosas que me han gustado mucho, lo que me lleva a ver diez veces la misma película o a escuchar en bucle una canción o un disco durante varias semanas. No diré cuántas para no asustar a nadie. Millás, otro de los grandes, lo expresó muy bien cuando, en cierta ocasión, le preguntaron por qué escribía. Porque no estoy bien, contestó. Y esa es la cuestión, porque escribir no deja de ser un acto repetitivo y, en cierto modo, neurótico. Igual que leer. Uno busca en la novela que está leyendo las palabras capaces de conjurar los mismos demonios que el escritor ha removido al escribirlas. Demonios o ángeles, angustias o alegrías, incertidumbres o certezas, da igual. El escritor escribe lo que necesitaría leer y el lector lee lo que podría haber escrito. Es excepcional el escritor literario que no haya leído hasta quedar exhausto y el lector voraz que no haya sentido alguna vez el impulso de escribir. Todo viene del mismo sitio, ese malestar, esa inquietud, esa ansia; la vida. Precisamente, de todo esto hablaron Pintor y Chirbes aquella tarde en la UNED. Por supuesto, salí de allí fascinado y con la firma del maestro en una de sus novelas.

Tiempo después, volví a encontrarme con Pintor en otro acto literario. Chirbes había muerto y yo le recordé aquella charla. Enseguida congeniamos. Teníamos muchas lecturas en común, ciertos escritores que nos despertaban idéntico entusiasmo y las mismas libreras de cabecera.

Gracias a Javier Pintor, a su generosidad y a su pasión por los libros, los lectores coruñeses hemos podido compartir grandes momentos con escritores de la talla de Julio Llamazares, Marta Sanz, Antonio Muñoz Molina, el propio Juan José Millás, Eduardo Mendoza, Almudena Grandes, Luis Landero... La lista es larga. Además, su aportación a la Feria del Libro en estos últimos años ha traído un soplo de aire fresco a los Jardines de Méndez Núñez.

Ahora, ambos participamos en un proyecto fantástico, Cóctel de Letras, un ciclo literario que arrancamos hace un año y con el que buscamos acercar al escritor y a sus lectores en un encuentro más informal y distendido, incluso con un tentempié de por medio. Escribir y leer son actos solitarios, y esa soledad es parte de su encanto, pero poder compartir estas pulsiones con otras personas resulta también muy gratificante. Gracias a Javier Pintor, en A Coruña, cada vez somos más los locos de los libros, y, a pesar de todo, no estamos tan mal como parece, o quizá sí, no quiero engañarles.