Aunque las fiestas de diciembre tienen un origen más remoto, la Navidad celebra el nacimiento de Cristo, figura central del cristianismo, a su vez uno de los componentes principales de nuestra cultura. Caramba, esto es así. En consecuencia, un belén de Navidad es, además de una tradición, la evocación plástica de uno de nuestros orígenes culturales. Aunque a esa base común del pastel el creyente añadirá un elemento de culto, como el que las imágenes inspiran a los católicos, la figura del belenista ateo no debería chocar, pues para ser belenista basta con apreciar la tradición y remanentes populares de nuestra cultura, aparte en algunos casos de un gusto por el asunto de las figuritas y los dioramas (en este caso más pacíficos que los de batallas). Cada año, por los días en que instalo el belén, siento la necesidad de explicar estas cosas a mis queridos correligionarios.