Pocos acontecimientos de la historia reciente han sido tan trascendentales como la caída del muro de Berlín un 9 de noviembre hace treinta años. El muro fue el símbolo de un mundo divido en bloques, en permanente guerra fría y bajo la amenaza de la destrucción masiva. Hace treinta años Europa estaba dividida en dos y el comunismo regía los destinos de las personas y de los pueblos de una parte no desdeñable del continente. La osadía de unos líderes mundiales, entre los que se encontraba de forma muy significada san Juan Pablo II, las mentiras de un sistema político basado en una concepción materialista y las ansias de libertad y justicia de los pueblos del centro y este de Europa, acabaron con el oprobio de un muro que separaba a familias, vecinos y amigos.