Casi un 97 por ciento de los militantes del partido que lidera -y de qué modo- Pablo Iglesias votó el otro día a favor del preacuerdo de Gobierno que firmó su jefe con Pedro Sánchez. Eso es disciplina; y lo demás son gaitas.

Estas votaciones suelen adjetivarse de "búlgaras", en alusión a las aplastantes mayorías que solía obtener en el Congreso del Partido Comunista de Bulgaria su secretario general durante 35 años, Tódor Zhívkov. El hombre gozaba de tal aprecio entre sus camaradas que a punto estuvo en alguna ocasión de alcanzar el redondo porcentaje del 100 por ciento.

Pero no solo en los regímenes comunistas se cocían estos pucheros. Aquí, sin ir más lejos, el general Franco obtuvo un apoyo del 93 y del 95,06 por ciento en los dos referendos que convocó para que el pueblo convalidase un par de leyes de especial importancia. El primero, en 1947, versaba sobre la instauración de la monarquía sin monarca; y el segundo, fechado en 1966, consistía en aprobar la Ley Orgánica, así llamada porque era la que le salía de los órganos al dictador.

Ninguna de esas consultas llegó, en cualquier caso, al extraordinario 96,8 por ciento con el que se acaba de saldar la votación en Unidas Podemos. Poder, podrán formar o gobierno o no; pero lo que queda claro es que están unidas y unidos a la hora de respaldar las propuestas del jefe. Y eso que ahora se puede votar libremente, a diferencia de lo que ocurría bajo la dictadura.

Dirán los más maliciosos que nadie en su sano juicio votaría en contra del disfrute de los goces del poder, mayormente cuando el partido de uno cuenta con solo una décima parte -35 sobre 350- del total de diputados en el Congreso. Pero eso es tanto como no valorar el papel que los ideales y el deseo de cambiar la sociedad actual por una más justa desempeñan en cualquier partido. Y más, naturalmente, en uno que presta tanta atención a los principios y a la ideología como el de Iglesias.

Más bien habrá que interpretar este curioso lance aritmético como una expresión de la democracia interna del partido. El preacuerdo masivamente apoyado por las bases incrementa, cierto es, las oportunidades de conseguir una subsecretaría, un viceministerio, una delegación de gobierno o un puesto de asesor; pero ese no parece suficiente motivo para tan colosal apoyo al preacuerdo.

La cosecha para repartir es, en realidad, poca; y muchos, en cambio, los cientos de miles de militantes que en teoría podrían aspirar a que les caiga algo en la piñata. Estadísticamente, la probabilidad de hacerse con un cargo es tanta como la de que le toque a uno la lotería. Conviene descartar, en consecuencia, que el apoyo obedezca a motivos de ese prosaico orden, aunque siempre hay optimistas como aquel monaguillo que se alegraba de la muerte del Papa, porque, decía, "así va corriendo el escalafón".

No queda sino alegrarse de que las familias -aunque sean políticas- se lleven con tanta armonía como la que acaba de exhibir Unidas Podemos. La consulta ha revelado la devoción y el respeto que los miembros de la unidad familiar profesan al pater familias que provee la mesa; y su disposición a bogar todos en el mismo sentido que el jefe.

Si algo demuestra el último referéndum interno de la gente de Iglesias es que, digan lo que digan, este es un país de orden, jerarquía y disciplina. Da igual si de izquierdas o de derechas.