Cómo están ustedes? Espero que bien. Por aquí sin novedad, a pesar de un insidioso dolor de cabeza que amenaza con llevar directamente al traste esta jornada de ayer, en el momento de escribir un tanto penosamente estas líneas. En fin, ya pasará. Por lo demás, tenemos ante nosotros un día movidito en multitud de ámbitos, que está dando mucho que hablar desde el punto de vista informativo.

Y uno de esos temas, muy presente en los últimos días y en las próximas jornadas, es la reunión global sobre cambio climático que se lleva a cabo estos días en Madrid, la COP25. Una iniciativa de Naciones Unidas absolutamente necesaria, visto como han ido y como están las cosas en ese terreno, en el que -yo no estoy obligado a ser diplomático- parte de los actores más relevantes pontifican sobre el cambio con el ánimo real de que todo se quede como está, ni más ni menos. O peor. Los mismos que nos hablan de la necesidad de un mayor consumo, por ejemplo y tal y como decíamos en la última columna, se erigen ahora en defensores de algo que propugna exactamente lo contrario. Y quien con mentalidad cortoplacista desde la política impide los necesarios consensos para abordar los necesarios ajustes en el modelo energético, sigue saliendo en la foto. Así no es posible.

Pero el colmo de todo ello es el hecho de que sean las empresas verdaderamente más contaminantes las que, comunicativamente, saquen mayor tajada de la reunión. Y es que, sin demonizar a nadie, el mero hecho de la existencia de los grandes cárteles de la energía es, en sí, un cierto escollo para una producción energética más sostenible. Acaso, ¿no han sido las grandes eléctricas las que han de alguna manera vetado, con la complicidad necesaria desde el estamento político, las iniciativas tendentes al autoconsumo y a una gestión mucho más sostenible del concepto de la sostenibilidad energética global? Pues son también ellas las que, vía patrocinio de la misma reunión, o a través de la publicidad pagada con presupuestos verdaderamente astronómicos, inciden fuertemente en los medios de comunicación con el ánimo de lograr un posicionamiento de imagen en el consumidor que dista mucho de su verdadera lógica dentro del mundo de las emisiones de gases de efecto invernadero. Y esto, para empezar, resta mucha credibilidad tanto a quien amplifica tal impostura como a los esfuerzos globales y serios por plantear, de otra manera, un horizonte más sostenible.

Miren, esta no es una historia de buenos y malos, en la línea del peor cine de Hollywood. Esta es una historia de que o nos creemos de verdad que urge otro modelo de consumo y, en particular, de consumo energético, o todo terminará mal. ¿Y esto qué significa? Pues que los más vulnerables, como ya ha empezado a suceder, vivirán aún mucho peor. "¡Ah, bueno!, que esto no va conmigo", dirán algunos. Pues ciertamente irá, sobre todo, con aquellos que por sus condiciones socioeconómicas y geoestratégicas, están más sometidos a las veleidades del clima. Y aunque eso implicará consecuencias para la población del planeta entero, son sin duda aquellos peor posicionados no ya los que peor lo pasarán, sino los que ya lo están notando en términos de mayores catástrofes naturales que producen muerte y destrucción, peor capacidad de asegurar su sustento vía una agricultura más fallida, o de una regresión clara en sus expectativas a todos los niveles.

Pero esta historia, que nos incumbe a todos, tiene sus aristas más agudas en quien ha tenido desde hace décadas prácticas más lesivas con el medio ambiente. Y aunque se puedan apreciar mejoras en planteamientos hace poco impensables, ¡faltaría más!, queda aún mucho por hacer. Por eso, que se le dé carta de naturaleza al supuesto papel ecologista y descarbonizador de la economía de quien las ha hecho peores y más grandes, no deja de recordar a aquel zorro a quien se le puso a cuidar el gallinero. Y ya saben cómo quedaron las gallinas...

Releo estos días, mientras resuenan los ecos informativos de la COP25, algunos de los escritos de Lovelock y su Hipótesis Gaia. Me declaro no propietario, sino mero utilizador, de los átomos que componen las moléculas que a su vez forman parte de las células de mi propio cuerpo, y que algún día serán parte de realidades muy diferentes. Me doy cuenta de que yo, y cada uno de nosotros, no somos absolutamente nada en comparación con la fuerza telúrica del planeta. Y sé y promuevo que nos barrerá, sin apenas inmutarse, cuando lo estime conveniente. La pena es que somos lo suficientemente estúpidos y pedantes a la vez para pensar que estamos protegidos de nuestros propios miedos, cuando en realidad sabemos muy poco de la Naturaleza y cuando, en lo que sí conocemos, nos comportamos absolutamente al revés de como debiéramos. El cambio del patrón climático es el perfecto paradigma de esta realidad. Y el dominio de élites económicas que, por gobernar, hasta pilotan las decisiones tendentes a paliarlo, prevenirlo y mitigarlo, nos saldrá muy caro a todos. Y no hablo del omnipresente dinero que, como ven, lo compra casi todo. Esto... va de otra cosa.