Si hubiera un comité médico para sociedades llevaría años recetando a la española un cambio de dieta y de hábitos para bajar la tensión política. Como no existe, ni siquiera sabemos si Vox es síntoma, secuela, lesión, inflamación, dolencia crónica, enfermedad hereditaria o recidiva del franquismo. Un herpes, dicen los que siempre ven el huevo de la serpiente. Quizá. A veces, el estrés baja las defensas y salen ampollas.

En cuanto se habla de Vox la conversación acaba en términos de salud. No callan con "el cordón sanitario", que sirve para aislar las enfermedades infecciosas y que se quiere aplicar también a Bildu y los partidos independentistas que piensan más allá del constitucionalismo sentados en escaños del parlamento.

Así que no.

Por más que se invoquen casos europeos de esa práctica, ni un solo cargo debe librarse de tratar con otro partido porque la obligación última de la política es garantizar la convivencia. El antecedente que atañe a España es la transición democrática, que no existiría si hubiera habido cordones sanitarios entre la Alianza Popular de Manuel Fraga y el Partido Comunista de Santiago Carrillo, dos convecinos que no se andaban con abrazos, pero tampoco con cuarentenas. Entenderse políticamente evitaba combatirse militarmente.

El PSOE, que entonces supo monetizar (por decirlo en términos de hoy) la reconciliación que ofrecían gratuitamente los comunistas, no debe juguetear con los cordones sanitarios con la frivolidad que lo hace, creyendo que le benefician „porque perjudican al Partido Popular„ porque la convivencia es más importante y porque le queda mucho que negociar con partidos que tienen otro modelo de vida y escaños fabricados con millones de votos.