La vida es como una especie de juego de azar en el que a cada cual le tocan unas cartas. Tenemos la potestad de tratar de hacer alguna que otra trampa para mejorar una mano con respeto a otra, pero bajo ningún concepto lograremos girar la partida a nuestro favor si los naipes que el azar nos ha regalado son malos o simplemente son peores que los de nuestros compañeros de partida.

Dicho esto, queda bastante claro que cada uno tiene lo que tiene y que lo único que le queda por hacer a cada cual es pelear con uñas y dientes por aquello en lo que cree o simplemente desea... recurriendo al sabio refranero popular, vendría a significar algo similar a que cada palo aguante su vela... y yo añadiría, además, que trate de hacerlo con la mayor dignidad posible y con la esperanza de que, con esfuerzo y tesón, todo puede cambiar a mejor.

Las circunstancias vitales de cada uno son personales e intransferibles. Nunca podremos elegir los acontecimientos por los que atravesar, pero siempre podremos elegir nuestra actitud... Y ahí es justamente donde se esconde nuestra libertad. Uno puede elegir si va a lamentarse o si prefiere luchar, como también puede escoger si va a dejarse arrastrar por las angostas calles del pesimismo o si prefiere pasear por las luminosas avenidas del optimismo. Elegir la clase de camino por la que deambular es nuestra verdadera libertad. No hay más ni menos y, precisamente, eso es lo único que nos queda por hacer ante la lotería que representa la vida en sí misma.

Tú eliges tu actitud. Es tu elección. Y cada elección, cada instante, cada comportamiento, o cada decisión, te acercan un poco más a la grandeza o a la mediocridad... Y esto es algo que solamente se aprende en la universidad de la vida, que es en realidad la más sabia y prestigiosa de todas las habidas y por haber.

Decide cómo vas a afrontar tu juego, visualízate a ti mismo desde fuera y esfuérzate en transmitir lo que realmente eres o deseas ser. Es un trabajo de fondo con uno mismo, quizás el más arduo que pueda llevar a cabo un ser humano, porque en él, la mente libra la mayor de las batallas por imponer el pensamiento positivo sobre la negrura de la negatividad en la que todos somos tendentes a caer después de mucho esfuerzo aparentemente poco fructuoso.

Quizás, para este nuevo año que está a punto de llegar para quedarse la friolera de trescientos sesenta y cinco días, podríamos plantearnos el hacernos con unas nuevas gafas con las que mirarlo todo con más serenidad, cierta ilusión y optimismo renovado y contenido. Es preciso que pongamos nuestras cabezas en modo positivo y que trabajemos para que ese espíritu no decaiga, por muchos sinsabores que podamos encontrarnos por el camino..., a poder ser, cuantos menos mejor.