Cada vez más personas experimentan una sensación de pavor y desorientación cuando se dan cuenta de que han dejado el móvil en casa, y muchas incluso se angustian pensando en la mera posibilidad de perderlo o encontrarse sin él; se ha extendido tanto este desasosiego que ya hay un neologismo que sirve para describirlo: "nomofobia", que, frente a lo que puede parecer, no tiene su origen completo en la lengua griega, sino solo en su parte final(fobia), ya que el primer término "nomo" en este caso no procede del helénico "nomos"(ley), sino que es un acrónimo del inglés NO-MObile-phone, de tal forma que el significado de la nueva palabra no es " miedo o rechazo a la ley" sino "temor a estar o quedarse sin el móvil".

La existencia de esta nueva preocupación un tanto patológica evidencia la enorme dependencia en que nos hallamos respecto de la tecnología digital y de sus pequeños aparatos transmisores. También demuestra lo rápido que se puede crear una necesidad que no hace mucho tiempo aún no existía. Recuerdo que a comienzos de los años noventa los primeros móviles eran un artículo de lujo al alcance de muy pocos, un signo de status social y económico y, por cierto, muy grandes. Luego fueron reduciendo tamaño hasta volverse literalmente "de bolsillo", a la vez que se expandían a más y más capas sociales hasta alcanzar prácticamente a la totalidad de la población mundial. Es decir, en poco más de veinte años hemos pasado de vivir sin móviles a no saber vivir sin ellos. Además, al principio eran solo un teléfono sin hilos, y en la actualidad lo son casi todo. En fin, lo que debió ser en el paleolítico el hacha bifaz, es para nosotros el móvil: el instrumento universal y a la vez una especie de amuleto del que ya no sabemos prescindir.