Los hechos son bastante claros: EEUU quiere vender su gas a Europa y utiliza argumentos propios de una nueva guerra fría, esta vez de carácter económico, para evitar que Rusia haga lo mismo con el suyo.

El objetivo del Gobierno de Donald Trump es impedir que se finalice la construcción del nuevo gasoducto Nordstream 2, que llevará el gas natural ruso desde la localidad rusa de Viborg hasta la alemana de Greiswald.

El gasoducto, para cuya terminación faltan ya solo 294 kilómetros, está siendo financiado por la compañía rusa Gazprom junto a otras cinco empresas europeas del sector energético, entre ellas las alemanas Wintershall y Uniper.

Fiel a sus prácticas habituales, Washington busca chantajear a las empresas que participen en el tendido de ese gasoducto en alta mar amenazándolas con vetarles cualquier futura actividad en EEUU.

Los norteamericanos han avisado de que congelarán las cuentas de los propietarios de los buques utilizados para transportar los tubos del gasoducto y prohibirán además a sus directivos viajar a EEUU, lo que causaría un gran perjuicio económico a esas empresas que llevan a cabo actividades similares, por ejemplo, en el golfo de México.

EEUU ha estado presionando a distintos gobiernos y no solo el de Berlín, sino también al danés, que dudó en un principio si dejar que prosiguiesen los trabajos de tendido de tuberías en las aguas de su jurisdicción, al suroeste de Bornholm, aunque ha terminado dando su aprobación.Las empresas norteamericanas buscan en Europa nuevos mercados para su gas natural licuado procedente de la fracturación hidráulica ( fracking) y se topan con la fuerte competencia del gas natural ruso, lo que ha enfurecido a Trump, pero también a los demócratas, que cuando se trata de defender los intereses comerciales de EEUU no hay diferencias entre ambos partidos.Trump dirige su furia sobre todo contra Alemania: "Protegemos de Rusia a los alemanes, y Rusia recibe miles de millones de los alemanes", argumenta el presidente del America first, según el cual Berlín se convierte además en rehén del Kremlin.

El presidente Vladímir Putin, a su vez, no persigue solo objetivos comerciales, sino también estratégicos ya que el nuevo gasoducto del Báltico permitirá a Rusia sortear y debilitar a Ucrania al ahorrarse así miles de millones que paga por los derechos de tránsito del gas natural ruso que pasa actualmente por el país vecino.

Alemania necesita el gas natural en la importante fase de transición a las energías renovables, por las que ha apostado con fuerza el Gobierno de la canciller Angela Merkel, y Rusia es en este momento, por delante de Noruega y Holanda, su principal proveedor.

Según la compañía gasista alemana Uniper, en Europa va a producirse durante la próxima década un déficit anual de suministro de entre cien y trescientos mil millones de metros cúbicos, lo que exigirá además construir nuevas terminales para el gas licuado.

En Alemania no existe todavía ninguna terminal de ese tipo, aunque el Gobierno quiere construir una en el puerto de Wilhelmshaven (Baja Sajonia), que entrará en funcionamiento en 2022 y que, como muestra de buena voluntad hacia Washington, acogerá el gas natural licuado procedente de EEUU.

¿Bastará esa buena disposición para aplacar a Trump? Muchos lo dudan. Entre otras cosas porque no se trata solo del presidente, sino que los halcones, que no parecen haber superado todavía la Guerra Fría, abundan también en las filas demócratas del Congreso. En previsión de que Trump cumpla sus amenazas, el director gerente de Nordstream 2, Matthias Warnig, que fue en otros tiempos espía de la Alemania comunista, tiene, según el semanario Der Spiegel, un plan B para acabar el tendido del gasoducto, plan que consistiría en prescindir de los barcos y utilizar en su lugar a buzos.

Esto retrasaría, sin embargo, en unos meses la terminación, algo que no pueden permitirse los rusos ya que el 31 de diciembre vence el contrato de diez años que permite el tránsito de su gas por Ucrania, y cada día que pase aumentará el poder negociador del Gobierno de Kiev. Como dice mi colega y amigo Miguel Ángel Aguilar: ¡Veremos!