Era el primer día que pisaba una prisión, había superado todas las pruebas de la oposición y me había convertido en funcionario de prisiones. El director del Centro nos convocó para una reunión con el ánimo de darnos una charla informativa. Nos dijo que conoceríamos una realidad muy diferente a la que estábamos acostumbrados, una comunidad con normas y costumbres propias. También nos advirtió que desempeñaríamos un trabajo duro y muy exigente desde el punto vista psicológico. Pero que jamás perdiéramos la ilusión. Con el pasar del tiempo seríamos conscientes de la importancia de la labor que teníamos encomendada y de lo gratificante que es colaborar con la reinserción de aquellos que se encuentran completamente al margen de la sociedad.

Hoy en día, puedo corroborar dichas palabras. Cierto es que nuestro día a día no es sencillo. El que más y el que menos ha presenciado escenas dignas de la más cruenta de las guerras. Muertes, incendios, ahorcamientos, sobredosis, brutales agresiones, autolesiones, coacciones, amenazas, injusticias, miseria y sangre, a veces, demasiada. Los que trabajamos en ese entorno somos plenamente conscientes de que, en innumerables ocasiones, el destino nos echó una mano y no permitió que las cosas fueran a peor... Es lado más sombrío de las prisiones.

También es cierto que la labor que desempeñamos es gratificante. Los reclusos no son nuestros enemigos. Somos conscientes del nivel de peligrosidad que algunos pueden llegar a alcanzar, sin embargo, en su mayoría suelen ser personas comunes con las que la vida no fue amable. Y, aunque sean los causantes de las dantescas situaciones arriba mencionadas, entendemos que deben sobrevivir en un medio de escasas oportunidades (ese suele ser su estigma tanto dentro como fuera de prisión). Curiosamente, en diversas ocasiones nos transiten su agradecimiento y reconocen nuestra labor más que nuestros propios dirigentes.

No obstante, el veterano director no quiso valorar el hipócrita papel que juega la Administración, en definitiva, responsable del éxito o fracaso de todo el sistema. Por un lado nos encomienda la compleja labor de rehabilitar a aquellos que infringieron la ley. Por otro, NO nos dota de los medios imprescindibles para conseguir tal fin. Con una carencia enorme de funcionarios, sin la una formación actualizada, sin el reconocimiento de Agente de Autoridad, etc. El sistema penitenciario está abocado al fracaso y la integridad física de trabajadores e internos en constante riesgo...

En ese terreno nos movemos los funcionarios de prisiones. En primera línea de batalla pese a no tener la certeza de que nuestros responsables nos cubrirán la espalda. A veces somos el objetivo a batir, otras nos encontramos entre fuego cruzado, pero siempre estamos en el ojo del huracán. Los más afortunados saldrán física y moralmente ilesos. Sin embargo, nadie se podrá librar de las heridas psicológicas inevitables tras presenciar tanta violencia y penosidad. Estas aflorarán tarde o temprano.