Mientras la Cumbre del Clima de Madrid nos alerta de la implacable subida de las temperaturas globales, la OTAN ha celebrado su 70 aniversario en Londres en un ambiente más bien gélido de divisiones y desacuerdos. El Pacto de Varsovia alumbrado por el bloque soviético desapareció con la URSS y eso le ha evitado la necesidad de reinventarse continuamente como le ocurre a la OTAN. La última vez que lo hizo fue en 2010 cuando elaboró el nuevo Concepto Estratégico que adelgazaba su estructura, fijaba nuevos objetivos como Afganistán o los Balcanes más allá de la estricta defensa territorial para la que nació, y se especializaba también en la gestión de crisis. De lo ocurrido desde entonces se pueden extraer a mi juicio varias conclusiones.

La primera es que la experiencia demuestra que una vez que se pone en pie una organización internacional esta se resiste luego a desaparecer. Y en este caso es afortunado que así sea porque la OTAN sigue siendo necesaria pues no faltan enemigos o problemas en nuestro entorno como Rusia, que se ha quitado la careta y muestra su expansionismo con la anexión de Crimea, el terrorismo internacional y el ciberterrorismo en particular, la proliferación nuclear, el Oriente Medio en llamas y las oleadas de refugiados que nos envía...

La segunda es que la OTAN cumple también hoy un papel importante como foro de diálogo trasatlántico cuando crecen los problemas comerciales entre europeos y norteamericanos como la llamada tasa Google, o las sanciones a nuestros vinos y quesos, aceros y aluminios. Cuando hay problemas, hablar es más necesario que nunca.

La tercera es que quizás el problema más grave que enfrenta hoy la OTAN es la ausencia de liderazgo por parte de los Estados Unidos o, con más precisión, la impredecibilidad del actual inquilino de la Casa Blanca, que un día la alaba y otro la denigra llegando a poner en duda su misma piedra angular que es el artículo 5 que prevé la defensa automática y colectiva cuando un miembro es atacado. Curiosamente ese artículo solo se ha invocado una vez y fue en apoyo de los EEUU cuando sufrieron el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001. Hoy asistimos a la paradoja de que Trump la defiende y Macron la crítica.

La cuarta conclusión es que era más fácil mantener la unidad interna cuando los objetivos eran pocos (esencialmente Rusia) y los socios también. A medida que los miembros de la OTAN aumentan y los objetivos se diversifican, las divergencias aparecen con más facilidad. Y más aún si falla el director de la orquesta.

La quinta es que ese director de orquesta falló con Ankara cuando Washington no cumplió con un compromiso contraído años antes de considerar a las milicias kurdas YPG como un movimiento terrorista afiliado al PKK turco. Y no cumplió porque necesitó aliarse con ellas para derrotar al Estado Islámico. Ahora Erdogan se lo echa en cara y dice que o todos le apoyan en el asunto de las milicias kurdas o bloqueará el apoyo aliado a los países Bálticos frente a las amenazas rusas.

La sexta conclusión es que la previsible próxima salida del Reino Unido de la Unión Europea cambia muchas cosas y hace que Francia quiera convertirse en el actor dominante en la escena europea aprovechando que Merkel ha anunciado su retirada y que el triunfo del ala izquierda en el partido Socialista puede poner en peligro la Gran Coalición que la sustenta. Macron ha dicho que la OTAN está en "muerte cerebral" y no le falta cierta razón porque en una alianza militar los socios deben consultarse entre ellos antes de invadir un país vecino, que es exactamente lo que hizo Turquía con Siria tras una breve conversación telefónica con Donald Trump. Sus palabras han molestado a unos y otros aunque no le falte razón porque Turquía también ha decidido comprarle a Rusia el sistema antimisiles S-400 que al parecer es mucho mejor que el Patriot norteamericano, pero que es incompatible con las armas de la OTAN y que su puesta en funcionamiento puede desvelar los códigos de las comunicaciones aliadas.

En séptimo lugar ha resurgido por instigación francesa la vieja discusión de si debe o no haber una defensa autónoma europea al margen de la OTAN pero coordinada con ella, que es una vieja aspiración de París pero rechazada por Washington que la ve como el germen del debilitamiento de la Organización Trasatlántica. Y que ahora cobra fuerza con la impredecibilidad de las reacciones del actual ocupante de la Casa Blanca. Europa no puede dejar su seguridad al albur de sus caprichos.

Octava: el tema de las contribuciones nacionales ha vuelto a surgir y vamos mejorando. Nueve países ya contribuyen con ese 2% que reclama Donald Trump mientras hay tres que ni siquiera llegan al 1% (Luxemburgo, Bélgica y España). No estamos donde debiéramos.

En noveno lugar se constata que a Trump se le pierde el respeto y en esta reunión han sido sonadas las burlas que hicieron a su costa Trudeau, Rutte, Macron y Johnson, que han molestado al norteamericano. Esto no hubiera pasado hace dos años.

En décimo lugar y como señalaba al principio, la reunión de Londres no ha logrado ocultar la desunión que hoy reina en el seno de la Alianza. El comunicado final evita los desacuerdos y trata de proyectar una imagen de unidad con acuerdos un tanto evanescentes sobre contraterrorismo, el creciente poderío chino, las amenazas en el espacio exterior, o la seguridad de los sistemas de comunicaciones móviles de quinta generación. Pero no engañan a nadie.