Por esfuerzos que hagan las iglesias para monopolizar el relato y el atrezo simbólico, la religión es sincretista, por la propia naturaleza del misterio, que huye de lo concreto. Se aprecia bien en Navidad, tiempo en el que un fondo precristiano, de signo astronómico y biológico, da base a una hermosa historia humanizada, que convive con tradiciones que hoy llamamos paganas. Cabría decir que la verdad es siempre un totum revolutum, y las categorías un modo de despiezarla. Un bello recorrido por el Madrid navideño empezaría con la compra de figuritas en el gran mercado belenista de la Plaza Mayor, seguiría por el encantador escenario de Cortylandia, poblado de elfos y setas gigantes, y culminaría con el culto a la abstracción en la gran esfera lumínica bajo el edificio Metrópolis, junto a grandes masas humanas moviéndose entre las vallas, sabiendo que el merodeo es lo que nos queda.