Ven? Les dejo una semana solos, y no es que haya comenzado ya el año 2020, sino que del mismo ya se han ido por delante, nada más y nada menos, tres días completitos. Hoy es el cuarto del año y, como sigamos así, pronto estará aquí la fiesta del San Xoán. Por eso, como me decía mi amiga Brenda en Tanzania, apliquemos aquello de "pooooleeee...", que en kiswahili -el idioma de la gente swahili- significa "tranquiloooo", y que me venía como anillo al dedo cuando me salían mis prisas y aceleraciones varias en medio de aquella ingente sabana cercana a Mtumba. Sí, vale la pena tomarse las cosas con cierta perspectiva, y recordar también lo de "vísteme despacio, que tengo prisa", sobre todo cuando se trata de disfrutar verdaderamente de los segundos, minutos, horas y días de nuestro tiempo, el único que tenemos para vivir. Y más ahora, parece que ya felizmente superado el icono de la persona ocupada y siempre con prisas como indicativo de éxito personal. Ya saben, aquello de la cultura del pelotazo, la gomina y el pelo para atrás y las finanzas como el culmen de toda la creación humana... Luego pasó lo que pasó.

El caso es que releyendo el primer párrafo me desdeciré a mí mismo, y les plantearé que no, que para algunas cosas sí que hay que tener prisa. Cierta prisa. Alguna prisa. O, por lo menos, algo de movimiento en la dirección requerida. O, ya en el límite, alguna esperanza de que algo se mueva... Lo digo, y ya me pongo en serio con el tema de hoy, porque esto de que estamos ya en 2020 me trae recuerdos de la Agenda 2020 -leído veinte veinte- de Naciones Unidas y, retrotrayéndome más en el tiempo, de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de 2015 y, más atrás, los Objetivos de Desarrollo del Milenio del año 2000. Ya saben ese conjunto de compromisos globales, absolutamente genéricos y, aún así, incumplidos, que se han erigido, resumiéndolo bastante, en un conjunto de fiascos bastante generalizado.

Sin negar los muy positivos avances en algunos de los derechos socioeconómicos de las personas en estas últimas décadas, especialmente en determinadas regiones del globo, vemos que muchas veces las razones de que haya sido así son otras, y no tanto el desarrollo de tales acuerdos multilaterales o de una planificación global exitosa y, sobre todo, cumplida. Y es que todo lo que signifique poner de acuerdo a muchos países en algo, es verdaderamente complejo, por importante que sea la meta a la que se aspira. Algo que no debería sorprendernos, porque lo mismo se puede aplicar a escalas mucho más pequeñas. Somos tantos, tan variados -¡eso es bueno!- y con momentos personales y colectivos tan diferentes a pesar de ser coetáneos, que es muy complicado identificar objetivos comunes. Y mucho más, aún, trabajar para conseguirlos. E incluso entre nosotros, en nuestras respectivas vecindades, nos encontramos en el mismo espacio seres humanos muy distintos, con necesidades y problemáticas absolutamente personalizadas, complejas y variadas, de forma que respondemos de muy diferente manera ante estímulos iguales, a pesar de vivir todos nosotros bajo la misma bóveda celeste. ¿Cómo no va a ser así a escala planetaria? Es verdaderamente difícil, a no ser que se perciba que la circunstancia sea tan asfixiante y concreta, que mueva a una acción sin vuelta atrás. Y eso... pasa pocas veces.

El caso es que hago esta reflexión absorto ante el calendario de este año que se presenta ante nosotros, quizá con una carga ligeramente mayor de escepticismo ante la incapacidad del ser humano para resolver aquello verdaderamente importante pero que, en términos generales, le importa poco. Al fin y al cabo, vivimos bien unos ochenta o noventa años, como mucho, y dedicar nuestros esfuerzos y energías a arreglar lo de los que vengan detrás exige una convicción muy fuerte. Muchos tienen bastante ya con intentar sobrevivir cada día, y esto es algo que en nuestra sociedad particular -aquí en España, en Galicia- va a más, lo cual ya inhabilita bastante para intentar poner las "luces largas" y dedicarse a eso de la perspectiva y la prospectiva. Pero, además, tal visión exige un conocimiento de causa que es algo cada vez más extraño en una sociedad descreída hasta del conocimiento puro y duro. Con tales mimbres, solamente los héroes o los idiotas -asígnenme la etiqueta que tengan ustedes a bien ponerme- creemos en la posibilidad de un futuro colectivo mejor que el que hoy nos hemos resignado a tener, en términos de equidad, sostenibilidad y derechos globales.

Por todo ello, pues a ver qué pasa en 2020. Pero lo que es casi seguro es que aquellos Locos y casi frenéticos Años Veinte del siglo pasado, con sus luces, sus sombras y su Gran Depresión al final, serán ahora sustituidos por otros Veinte, los del XXI, bastante menos imbuidos del espíritu de frescura de aquel momento donde estaba casi todo por hacer. Eso y, a la vez, con la certeza de que estos tiempos líquidos y posmodernos surgidos ya de las postrimerías del XX nos han mundializado desde el punto de vista económico, pero también homogeneizado en gran medida, convirtiendo nuestra sociedad moderna en un lugar más plano y menos sorprendente. Un sitio donde ahora vivimos en conjunto mucho, mucho, muchísimo mejor, pero donde el rumbo global a lo mejor está un poco más perdido, con las oportunidades globales cooptadas por unos pocos, y, desde luego, con muchos menos recovecos conceptuales -que no tecnológicos- de los que disfrutar y aprender.

¡¡ Feliz 2020!! A ver... Esto empieza a moverse...