Entremedias del debate de investidura de don Pedro Sánchez como presidente del Gobierno tuvo lugar la celebración de la Pascua Militar en el espléndido escenario del Palacio Real. En algunos medios se había anticipado, no sin malicia, que el Rey y los altos jefes del Ejército harían explícito, gestualmente, su disgusto por la decisión del candidato socialista de contar con la abstención de diputados independentistas para hacer viable su candidatura. Vamos, que le pondrían mala cara. Luego, el asunto no pasó a mayores, hubo los discursos protocolarios de elogio al papel de las Fuerzas Armadas en la defensa de la Nación y de los valores constitucionales, y la fiesta se remató con la cordialidad, un tanto envarada, de esta clase de celebraciones. En su discurso, Felipe VI no dijo nada que pudiera entenderse como un reproche a la persona a la que hace unos días encargó la responsabilidad de formar Gobierno como dirigente de la candidatura más votada, y se dirigió a los militares allí presentes llamándoles "compañeros". Un tratamiento que tampoco debe de sorprender demasiado, porque el Rey, con independencia de su función constitucional como jefe máximo de las Fuerzas Armadas, es militar de carrera y parece sentirse muy a gusto en ese ambiente. Lo mismo que su padre, Juan Carlos I, que adquirió la misma formación bajo la tutela de Franco. Una opción estratégicamente muy acertada en la que ya va siendo la tercera restauración de la monarquía borbónica, como se pudo comprobar durante el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 que dio la oportunidad a Juan Carlos de ejercer su autoridad sobre los conspiradores. En esa ocasión (y en algunas otras) esa misma circunstancia le fue de gran utilidad y nos permite especular sobre cómo habrían evolucionado las cosas si en vez de un militar con mando en plaza estuviese al frente del Estado un licenciado en Bellas Artes, o un perito agrícola, dicho sea con el máximo de los respetos para esas tan útiles como necesarias profesiones. Por todo eso, parecen un error grosero los ¡vivas al Rey! y el exagerado alboroto que se formó en el Congreso durante la intervención de algunos diputados independentistas so pretexto de que habían ofendido al monarca con su discurso. La utilización partidista de la figura del Jefe del Estado que, por su propia naturaleza, debe de ser exquisitamente neutral, aparte de un error político, es perjudicial para la propia institución, como señalaron oportunamente los señores Iglesias, de Unidas Podemos, y Esteban del PNV. El diputado vasco ironizó además con el hecho cierto de que Felipe VI encargase la formación del Gobierno al denostado dirigente socialista una vez conocido el anuncio de pacto entre socialistas y podemitas. "Acaso el Rey merece por ello el calificativo de traidor a la patria" vino a decir. Como solía decir el famoso filósofo futbolístico José María García, "el tiempo dará y quitará razones". Mientras tanto, quedémonos con la reflexión del diputado de Esquerra Republicana, señor Rufián. "El Congreso no es una Iglesia, los diputados no somos curas, y aquí no hay dogmas inamovibles. Todo es modificable. Esa es la esencia de la política".