Los divorcios inevitables no presentan el menor problema. Dos personas han llegado al final del trayecto conjunto, no son las mismas que cuando lo iniciaron, y se desprenden del fatigoso yugo. La dificultad adicional surge cuando la separación no es evidente. Entonces la pareja se plantea una segunda oportunidad, que en medicina llaman segunda opinión, y coquetea con una ruleta de sentimientos mutuos contradictorios. Ay de los matrimonios que no son los suficientemente ruinosos para derrumbarse por sí solos. En estos casos, los contrayentes acaban siendo enemigos íntimos, juntos, pero igual de rotos. O eso me cuentan.

Cuidado con cambiar las cosas que no van del todo mal, una conseja propicia el día en que la mitad de la población se dispone a estrenar los buenos propósitos que caducarán antes del domingo. Salvador Pániker es uno de los terrícolas más inteligentes por desapasionados que hemos conocido. En lugar de espolearme en el camino hacia la rutinaria perfección, me tranquilizó con una de sus paradojas de la normalidad, "no intentes ser mejor de lo que eres". La ansiedad por mejorar no solo lastima a quienes la padecen, sino que es singularmente nociva para su entorno.

En cuanto te atragantes con la uva número doce, acomete el firme propósito de no ser mejor. No te embarques en ninguna locura que altere tu razonable desequilibrio. No concedas demasiada importancia a las cosas que no deberían gustarte, porque la toxicidad no ha de anularse sino regularse entre los márgenes que tu cuerpo ha asimilado sin protestar. Con la energía ahorrada mientras tus congéneres intentan adelgazar diez kilos en la semana de buenos propósitos, podrás acometer empresas llevaderas. O tal vez Pániker no estaría demasiado orgulloso de los despropósitos que hemos extraído de sus enseñanzas, después de todo.