Vivimos en un país donde dos partidos políticos con representación en el Congreso, Vox y PP, manipulan un vídeo, que hacen público a través de sus redes sociales, para falsear la realidad de los hechos acontecidos en el debate de investidura y hacer ver que los diputados socialistas aplauden la intervención de la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, cuando, en realidad, aplaudían las palabras de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, y no pasa absolutamente nada, alguna noticia menor, el monótono intercambio de posturas irreconciliables en Twitter. Supongo que son cosas como esta las que, desde hace ya algunos años, me mantienen tan al margen de los conflictos políticos y de la actualidad chabacana de la televisión y de internet, esa nueva "caja tonta". Las redes sociales han ayudado a extender la confusión general entre lo que es noticia, o hecho probado, confirmado por diversas fuentes y expuesto con el imprescindible rigor periodístico, y lo que es simplemente opinión, como esto que escribo, o cualquier otra cosa, como la mera anécdota, el chiste, el chismorreo, el embuste o la exaltación de la idiotez. Hay más. Nos hemos acostumbrado muy rápido a la descomposición de las formas, al desprestigio no solo de la inteligencia, sino de la verdad. Todo vale con tal de reafirmar nuestras opiniones o favorecer a nuestros intereses; la verdad es lo de menos, un lastre del pasado, algo en desuso, una lengua muerta.

La actualidad empieza a parecerse mucho a una novela de ciencia ficción: vive tu propia realidad; reinventa el pasado, el tuyo y el de todo el país; desprecia cualquier idea o hecho que contradiga tu forma de pensar, etc. Lo cierto es que todo esto bien podría ser el argumento de una novela distópica o un retorno al pasado de esos "ismos" del siglo XX de cuyos despropósitos, por cierto, han bebido los mejores escritores del género, pero que, a estas alturas, han perdido su capacidad para recordarnos de dónde venimos y, sobre todo, para prevenirnos de la facilidad incomprensible con la que los humanos podemos caer en el delirio colectivo, dado el uso, y abuso, que unos y otros han hecho de aquellos términos, arrojándoselos a sus rivales políticos sin el menor criterio y con la mayor irresponsabilidad.

Hace algunos años, las formas todavía prevalecían y, ante la manipulación, la trampa y la mentira, los políticos actuaban con disimulo. Todos sabíamos de su hipocresía y nos cabreaba, pero hay que reconocer que su actitud, al menos, evidenciaba que tenían conciencia de estar actuando mal. Hoy en día, avergüenza verlos tan ufanos, diciendo y haciendo auténticas barbaridades con la ingenuidad de quien está convencido de que todo vale con tal de ganar, de vender sus ideas como si se tratasen de una cuestión de fe.

Pero lo que más asusta es ver a jóvenes y adolescentes nutrirse exclusivamente de toda esta desinformación a través del juguetito diabólico que sus propios padres, a modo de caballo de Troya, les hemos suministrado. De locos.