Así, con este título tomado prestado de Forges, comienza esta columna sin más preámbulo. Lo hace en la víspera del décimo aniversario de una tortura más, la enésima, soportada por el pueblo haitiano desde hace mucho tiempo. Y es que mañana, 12 de enero de 2020, se cumplen diez años de aquel aciago 12 de enero de 2010, en el que la tierra de Haití tembló y tembló, en un episodio sísmico de grado 7 en la escala de Richter, que mató a más de 300.000 personas y terminó de destrozar la vida de muchas más, incluyendo el millón y medio de personas que se quedaron sin hogar y, en muchos de esos casos, sin nada.

El conocido dibujante, fallecido el 22 de febrero de 2018, se tomó desde entonces como algo muy personal el hecho de que no nos olvidemos de Haití. Y, a través de sus viñetas, se ocupó de recordárnoslo con su peculiar mezcla de humor y, a la vez, denuncia. Él puso así su importante granito de arena para evitar que la vorágine del día a día se tragase la visibilidad del desastre humanitario en que quedó convertido ese país, cuya situación previa no era tampoco precisamente maravillosa. Hoy, diez años después, las cosas allá siguen siendo verdaderamente difíciles.

Forges no fue el único artista que se movilizó para intentar paliar, de alguna forma, el sufrimiento ajeno. Fueron muchas las personas anónimas que apoyaron, de una u otra manera, un gran esfuerzo colectivo de la sociedad de muchos países para apoyar a los haitianos. Y muchos también los rostros conocidos que, haciendo lo que sabían hacer mejor, contribuyeron también a esa labor. Recuerdo con muy especial cariño una entrañable velada en el Palacio de la Ópera coruñés, cedido "de balde" para ello, donde diferentes humoristas muy conocidos dentro y fuera de Galicia apoyaron el trabajo de Intermón con la primera atención a las víctimas y con un posterior trabajo de apoyo, imbricado en su labor en la región desde hacía ya muchos años. En aquel espectáculo coruñés, en el que se recaudaron 17.000 euros con el trabajo altruista de muchos artistas de los que prefiero no dar nombres por el temor de no recordar a alguno, fuimos muchas las personas que, desde nuestras diferentes responsabilidades, nos implicamos. Y, como siempre en tales lides, recibimos personalmente mucho más de lo que aportamos, en términos de esperanza. Esperanza de un mundo mejor, lo que se hace verdaderamente patente cuando las dificultades asoman sus colmillos y entonces se ve de forma clara que cuando las personas nos juntamos y nos apoyamos, el resultado es mucho mayor que la suma de nuestros esfuerzos individuales.

Yo había tenido contacto previo "in situ" con la región unos pocos años antes, y en aquellos días pude hablar en muchos medios de comunicación sobre las noticias que entonces nos llegaban de Haití. Y les aseguro que muchas veces era verdaderamente difícil tal ejercicio de contar el drama superlativo que se nos trasladaba desde el país. Y es que, si hay algo parecido al infierno, aquello era Haití: un país donde muchos días después del terremoto aún no se había podido llegar a muchas personas con enormes dificultades, donde las enfermedades se disparaban exponencialmente por la magnitud del desastre y por la falta de condiciones previas de salubridad y nutrición, y donde la capacidad gubernamental de actuación estaba desbordada desde el minuto uno. Un caos sobre un caos previo, fruto de todo tipo de dificultades y desgracias. Haití ya era previamente el único país del continente americano con indicadores de desarrollo propios de los países con situaciones más complejas de África, donde la corrupción, las matanzas indiscriminadas de un régimen violento y cruel y todo tipo de dificultades de tipo socioeconómico habían dejado ya previamente a su población en una situación de extrema vulnerabilidad.

En aquellos días, hace diez años, escribí aquí, en el periódico, sobre Haití. Y lo he hecho muchas más veces, dedicando al pequeño y castigado país diferentes reflexiones, precisamente en la línea de lo solicitado por Forges de no olvidar Haití. Ahora, diez años después, sigo haciéndolo, elevando Haití a la categoría de paradigma de a qué nos conduce también nuestro actual modo de entender la sociedad global y las relaciones entre los pueblos, y poniendo el acento en la necesidad de buscar otras formas. Porque no se engañe usted, querido lector, un terremoto puede sufrirlo cualquiera independientemente de su renta y sus condiciones previas. Pero el resultado de tal fenómeno sí es abismalmente distinto en función de la situación previa de cada uno. Las personas más vulnerables son las que se llevan la peor parte de todo, y si una palabra definía al Haití del día anterior al terremoto de 2010 esa ya era "vulnerabilidad". Imagínense después.

Hoy sigue habiendo muchas personas vulnerables en el mundo. Y, aunque a una escala muy diferente, la vulnerabilidad existe también en nuestro país, fruto de la creciente desigualdad, a la que hay que poner freno. Creo que si una enseñanza podemos sacar de esto es que hay que invertir en reducir la desigualdad y, por tanto, la vulnerabilidad de los seres humanos. Contra los terremotos no podemos luchar.