Pocos cineastas han merodeado tanto como Polanski, y siempre con excepcional narrativa, las fronteras del verdadero peligro. Exploró las de tabúes básicos como el incesto ( Chinatown), la separación bíblica del bien y el mal ( La semilla del diablo) o, apelando a un humor escalofriante, el interfaz de la vida y la muerte ( El baile de los malditos), sin hacer nunca moralina y creando una atmósfera inconcluyente y un tanto cínica para provocar desasosiego. Que en El oficial y el espía eleve la búsqueda de la verdad de los hechos a una categoría superior de la conducta, haciendo de ella la única moral fiable, sonaría a conversión, como si el gran iconoclasta pidiera certezas. Pero hay otro modo de verlo: que es el mundo el que ha cambiado, al hacer de la mentira sistémica el medio vital, y, para no ser engullidos, la verdad de los hechos se convierte en el único tablón al que asirse.