Las máquinas, según los expertos, adquirirán tal poder que nos convertirán en sus esclavos. Cuando se habla de las máquinas, la gente piensa en robots de aspecto humanoide, pero la cuestión no va de eso. Va, más bien, de una inteligencia universal, cuyas partes se hallarán perfectamente ensambladas y que a lo mejor no precisará siquiera de un soporte físico. De hecho, ese artilugio ya se ha inventado y se llama capitalismo. Vean ustedes: una empresa británica acaba de diseñar un retrete inclinado hacia adelante, muy incómodo, para que el usuario lo abandone enseguida. Ello se debe a que los señores de recursos humanos han hecho un cálculo del tiempo que los trabajadores emplean en defecar y luego lo han traducido a euros, o a libras, que viene a ser lo mismo, pues el dinero, como la caca, adquiere diferentes nombres, pero su sustancia es la misma.

Cada poco salta una noticia por la que nos enteramos de lo que dejan de ganar las empresas debido al tiempo que los empleados pierden, por ejemplo, en rascarse la nariz. Significa que un minuto no productivo es un minuto tirado a la basura. Tal concepción de la existencia no puede haber salido de la cabeza de un ser humano, por malvado o idiota que sea, sino de un monstruo, eso sí, creado por nosotros. Ese monstruo, al que llamamos capitalismo, ha existido siempre, lo sabemos, pero el capitalismo, como todo, tiene grados y en estos momentos está alcanzando la temperatura de ebullición. No necesitamos, en fin, inventar un superordenador que nos domine porque ya lo hemos inventado y ya sabemos cómo se llama. Quede constancia de ello, pues.

En cuanto al retrete de los británicos, conviene advertirles de que quizá sea peor el remedio que la enfermedad, ya que la postura en la que van a obligar a evacuar a sus empleados podría producirles divertículos y hemorroides que se traducirían en bajas médicas productoras a su vez de pérdidas mayores que las que se pretenden evitar. Hay sobre el asunto abundante literatura médica que los inventores de esa cruel taza no han tenido en cuenta. Quiere decirse que han perdido un tiempo precioso por el que deberían ser expulsados de la empresa sin indemnización.