El ocio pascual me llevó a leer, a saltos, Examen de ingenios del poeta gaditano J. M. Caballero Bonald. Un libro que tiene la ventaja de que puede abrirse por cualquier parte, pues la galería de personajes no sigue un orden cronológico riguroso y ya avisa el autor en el prólogo que atiende más a la época en que se sitúan en su memoria que a su concreta fecha de nacimiento. Así pues, la curiosidad me tienta a empezar por el juicio que le merecen algunos literatos de mi predilección y otros del espacio cultural astur-galaico en el que me muevo con cierta habitualidad. El primero, por orden de aparición, es Álvaro Cunqueiro del que dice Caballero Bonald que "tenía aspecto de viajante de comercio, aunque a él le hubiera gustado que lo identificaran con un obispo, preferentemente de Mondoñedo". Se lo presentó en Madrid Gamallo Fierros "experto en Bécquer, Curros Enríquez y sociedades secretas... que dilapidó sus saberes en charlas de café y ocios de noctívago". Este Gamallo, que tenía su capital sentimental en Ribadeo, militaba en el partido socialista de Tierno Galván, era muy amigo de Fraga Iribarne e iba mucho por Oviedo donde hacía tertulia en La Nueva España. A veces, en compañía del Rey de las tartas de Mondoñedo que aprovechaba para vender el producto. "Tres ingredientes distintos y un solo sabor verdadero", decía para explicar el misterio de tan excelsa repostería. El escritor gaditano, en un extenso capítulo, confiesa su devoción por la obra de Cunqueiro desconectada del tiempo histórico y lejos de los cánones literarios convencionales. "No podía haber nacido -concluye- en otro lugar que no fuera Galicia". Y gallegos son también Camilo José Cela, Gonzalo Torrente Ballester y Ángel Valente. Al premio Nobel lo describe como autoritario y megalómano. "Sus objetivos no consistían en ser el mejor sino en ser el único". Caballero Bonald y Cela trabajaron juntos en Papeles de Son Armadans durante un tiempo y ese roce personal derivó en una mala relación y en un juicio no muy equitativo sobre su obra literaria. Aunque le reconoce haber sido un maestro en el traspaso a su prosa de fermentos lingüísticos de los clásicos castellanos que supo compatibilizar con pautas estilísticas oriundas de la vanguardia. Más generoso, en cambio, es a la hora de juzgar a Torrente Ballester a quien recuerda sentado en una butaca con la que formaba un tándem unitario. "Era muy buen conversador -dice- y la butaca se daba cuenta". Una generosidad que le hace comprensivo con su pasado falangismo. "Nunca le oí hacer ostentación de su cambio de sentido político, pero lo insinuaba en justificaciones interpuestas". A su juicio, el mejor Torrente aparece en Don Juan y La saga fuga de J.B., aunque luego decae a ojos vista quizás por halagar a su amplio número de lectores lo que le hace incurrir en desmesura narrativa. Y más cariñoso aún es con Ángel Valente, al que describe como "una especie de gallego de doble fondo, reconcentrado y divertido a partes desiguales". Dejo para otro día, por imperiosas razones de espacio, los retratos que hace de Ángel González, de Emilio Alarcos, de Antonio Gamoneda y de Víctor García de la Concha.