Los militares son exprimidos por los políticos hasta que los hombres de guerra advierten que gobernar no es tan difícil, y se envenenan de la ambición de reinar. Sus promotores se ven entonces obligados a apartar del tablero a los entorchados con colmillos, en ocasiones por medios pacíficos. De Soleimani se sabe que era jefe del Estado Mayor de Irán, amén de jefe de los equivalentes a la CIA y a las fuerzas especiales en la teocracia asiática. "Soy el jefe de jefes", como en el narcocorrido de Los Tigres del Norte. Esta concentración de poder asustaría a cualquier estadista razonable, y alertaría con más intensidad a un ayatolá delirante. Además, el militar iraní se disponía a saltar a la política, desde el ímpetu aplicado a su carrera previa.

Por tanto, y solo como hipótesis, quién sabe si hay sectores de la cúpula teológica de Teherán que han recibido con alivio la ejecución del metomentodo Soleimani a manos de Donald Trump. En la ingeniosa frase de Franco tras la voladura de Carrero Blanco, "no hay mal que por bien no venga", y cabe esperar que este párrafo no lo lea la Audiencia Nacional. El general pluriempleado ha permanecido en la diana estadounidense durante las últimas presidencias. Se ha decidido atomizarlo, porque la tecnología empleada obliga a investigar verbos radicales, en el preciso instante en que este símbolo iraní amén de líder operacional aspiraba a la culminación de su carrera.

El secretario de Estado agresor, Mike Pompeo, no se mostraba demasiado convincente al amparar la supresión de Soleimani en el peligro inminente y concreto que corrían centenares de ciudadanos estadounidenses. En una evocación inspirada por la geografía, recordaba a Aznar avisando a los españoles del extraordinario peligro que Sadam Husein representaba Pirineos abajo. Por otra parte, una operación calculada al detalle desde la Casa Blanca supone avizorar un rasgo de elaboración en el primitivismo multimillonario de Trump.

Amenazado por el impeachment a cuentas de Monica Lewinsky, el presidente Bill Clinton ya recurrió a cortinas de humo consistentes en bombardear indiscriminadamente la misma geografía laminada hoy en día como distracción, incluida una fábrica de aspirinas. Sin embargo, asignarle esta premeditación a Trump en un trance judicial similar supone obviar que el presidente americano boxea sin defensas. Y en todo caso, la barbarie acreditada de la actual Casa Blanca ha palidecido frente a la brutal reacción mediática tras la muerte de Soleimani, en días de programación a la baja.

Al minuto siguiente de la liquidación del general fetiche, la prensa occidental se lanza a exigir más que vaticinar una venganza sangrienta de Irán. Los tambores de guerra mediáticos redoblaron con mayor estrépito que en los tiempos de William Randolph Hearst. Los analistas ignoraban si Teherán se hallaba en condiciones de asestar ese golpe, pero urgían a la venganza con mandíbulas transformadas en fauces. Podría hablarse de autoinmolación, si los expertos a la violeta no hablaran desde confortables estudios televisivos donde era improbable que aterrizaran los misiles. En algún momento, pareció que se había programado una guerra en homenaje a Soleimani, y que los canales estadounidenses anunciarían los horarios de los bombardeos.

Es frustrante para la jauría digital que cada vez menos países aspiren a infligirse una mortandad mutua. Con el candor del periodismo que no precipitaba las tragedias, la respuesta iraní del miércoles fue tibia. Los misiles lanzados sobre bases estadounidenses en Irak recuerdan a las probaturas delirantes de Kim Jong-un. Pese a esta venganza sofocada, se trata del ataque más importante desde el secuestro de la embajada estadounidense en Teherán en 1979, que trajo al mundo a Ronald Reagan.

Antes del bombardeo, Teherán avisó de su iniciativa para que se adoptaran las precauciones pertinentes. Una vez finalizada la conflagración pirotécnica, los ayatolás dieron por "concluida" la venganza. Estados Unidos estuvo a punto de felicitar a su enemigo por la falta de puntería, todo ello a un paso de los combatientes de Gila. El desatino refuerza la tesis de que la desaparición de Soleimani no fue tan trágica como se pretendía. El "Gran Satán", así bautizado por Jomeini, y el Gran Irán estuvieron a punto de felicitarse. La matanza generada por la ejecución del general tuvo lugar durante sus funerales, el verdugo sigue actuando después de muerto. Además, un avión ucraniano pagó las facturas estadounidenses.

Todo lo cual ocurre casi dos décadas después, y en la misma región, donde George Bush desplegó su gigantesco "Misión cumplida" en la cubierta del portaviones Lincoln. Pregunten a Aznar por la liberación a muerte de Irak.