Anda muy exaltado últimamente el PP del joven Pablo Casado, intentando superar al partido de la ultraderecha española en descalificaciones e insultos al Gobierno, en patriotismo de banderas y hojalata.

Y a esa derecha conservadora, a quienes tanto les gusta el ejemplo de Alemania cuando de política de austeridad se trata, no les vendría mal tomar nota de las razones del cambio de rumbo de la CSU bávara tras perder su mayoría absoluta en las urnas.

En la campaña para las últimas elecciones regionales (octubre de 2018), los conservadores de ese Estado intentaron imitar el populismo del partido más a la derecha de todo el espectro político germano, la xenófoba Alternativa para Alemania.

Sus dos líderes más conocidos de la CSU, el ex ministro presidente del land, Horst Seehofer, y su más joven sucesor, Markus Söder, recurrieron a la retórica anti-inmigrantes que tanto resultado parecía estarles dando a los ultras no solo allí, sino en todo el país.

Incluso había llevado ya antes Söder los crucifijos a todas las instituciones públicas bávaras con el argumento de que no se trataba de un símbolo religioso sino de las señas de identidad cultural del Occidente cristiano. Pero el intento de frenar así a Alternativa para Alemania no dio el resultado esperado.

Tras perder por primera vez la CSU la mayoría absoluta en ese land, Söder supo reaccionar a tiempo, cambió rápidamente de discurso y pasó a considerar a Alternativa para Alemania no como alguien al que emular sino como un enemigo al que combatir.

Desde entonces, el partido gobernante del Estado más próspero del país que es Baviera, viene aplicando una política que aspira a buscar la integración, en lugar de la polarización, de sus ciudadanos.

Söder, que es conservador, pero no reaccionario, supo ver rápidamente que la CSU solo recuperaría el terreno perdido, dejando de mirar hacia atrás, modernizándose para estar en condiciones de enfrentarse con éxito a los nuevos desafíos.

Retos que afectan a todos como la digitalización o la lucha contra el cambio climático, asunto fundamental en un land tanto industrial como agrícola y en el que, junto a la ultraderecha, son sobre todo los Verdes los beneficiarios de la pérdida de influencia de los partidos tradicionales.

No debe sorprender que Söder, un político con instinto de poder como pocos, parezca haber llegado a la conclusión de que un conservadurismo solo defensivo, ciego a los nuevos desafíos, no tiene futuro. Y que, para repetir la célebre paradoja lampedusiana de El Gatopardo, es preciso cambiarlo todo para que en el fondo nada cambie.

Esa imagen de duro, que nunca tuvo la pragmática canciller cristianodemócrata Angela Merkel, puede ayudarle, argumenta el semanario Die Zeit, a vencer las resistencias de la parte de su electorado más conservador y recalcitrante al cambio.

Sé que Alemania no es España, que en ese país el federalismo está por fortuna sólidamente arraigado y que en el llamado "Estado libre de Baviera" nadie se plantea, a diferencia de lo que sucede en Cataluña, la separación, pero hay cosas de las que nuestra derecha, que parece que solo sabe gesticular, podría sin duda aprender mucho.