Se acabaron los días navideños, pero aún resuenan en mis oídos los chillidos felices de todos los críos que pude contemplar en la plaza de María Pita y alrededores en las fechas previas a los Reyes Magos haciendo cola para entregar sus cartas a los pajes de sus majestades. Caminé por la ciudad vieja haciendo la ruta de los belenes espectaculares y pude disfrutar por esas calles y sobre todo en las cercanías del ayuntamiento con un trasiego abundante de mamás, papás y abuelos con sus retoños vivarachos que no paraban de mirar, señalar y soltar monosílabos y grititos por cada cosa que veían y querían tocar. ¡Qué bendición y gozo se captaba en medio de tanta chiquillería! Y no digamos, en la cabalgata de los RRMM que pude contemplar parte por TV y parte desde un balcón del Cantón Pequeño. En esa concentración de críos, uno no se acuerda del declive demográfico ni de las míseras cifras de la natalidad aquí y en toda España y Europa que ahí están agazapadas para hacernos creer que lo visto en estos días pasados es un oasis en medio del desierto infértil del egoísmo humano.